miércoles, 4 de abril de 2018

Nuestra experiencia de misiones



Estas misiones de Semana Santa han sido una oportunidad que nos ha dado la Providencia de que el ideal lo llevemos a la vida y a una comunidad concreta, para que no sea sólo un discurso. Fuimos a Buenavista, una pequeña comunidad en el municipio de Lagos de Moreno Jalisco. Buenavista es un pueblo con una fe sencilla y de tradiciones arraigadas, marginada históricamente y en conflicto con los poblados aledaños. 

Fue todo un reto aprender las costumbres y dialogar con los pobladores del lugar. Evangelizar no es llegar a “imponer una visión” de “así se hacen las cosas”, tuvimos que hacer una ejercicio de inculturación, de tratar de entender qué es lo que le importa a la comunidad, las devociones locales, incluso los pequeños detalles que observan y que quizás nosotros no atendíamos. Inculturarse es un camino arduo, nada sencillo y que puede ser accidentado, pero que como nos ha enseñado Chiara, debe ser hecho con amor recíproco.

Ha sido importante tener atentos los sentidos: escuchar, ver. Caminar las calles de tierra, quemarse con el fuerte sol de estos días y pasar pequeños sacrificios con las incomodidades propias de salir de casa los días que muchos aprovechan para descansar.

También hemos visto que era importante salir de nosotros. En cada oportunidad ir a cada una de las personas, charlar con ellos, escuchar lo que querían contarnos. Y eso nos hacía reconocer que no podíamos encerrarnos en nuestra propia convivencia sino que teníamos qué hacer lo que el Papa Francisco nos dijo: Una Iglesia en salida hacia las periferias. 

Hemos experimentado que sólo podemos vivir la fe donándonos y de que el ideal para que sea verdadero tiene qué pasar por la vida. Vivimos la unidad desde la misma integración del equipo misionero: Tenemos distintas edades, distintas preparaciones, diversas nacionalidades, veníamos de lugares distintos. Hacernos UNO fue la primera labor que se fue dando. Y no fue una obra voluntarista, el Señor la fue construyendo alrededor nuestro. 

De entre nosotros algunos se responsabilizaron de los grupos de niños, de jóvenes, de visitar enfermos, a los más pobres de la comunidad, de organizar los actos litúrgicos. Todos tuvimos días de trabajo cargados. Pero no ganó el “activismo”: fueron importantes los momentos de la oración, de la frecuencia de la Eucaristía y de vivir con intensidad los actos propios del triduo pascual. 

¡Vimos tanta generosidad! La gente se esforzaba por ofrecernos comida, llevaban frutas a donde nos hospedábamos, nos abrían la puerta de sus casas y nos regalaban su tiempo escuchándonos. Veía en nosotros que llevábamos una palabra que estaban deseosos de escuchar: no a nosotros, sino la Palabra que es vida.


Regresamos a nuestra comunidad con el corazón contento, pero no con la satisfacción de haber cumplido un deber: han sido días de Gracia, porque vimos lo que el Señor hace. Nosotros ponemos un granito pequeño, lleno de defectos y errores, pero Él toca los corazones, Él transforma, Él cambia las vidas. Si llevamos a Jesús, hemos sido nosotros quienes primero hemos experimentado su amor. Las misiones son esos actos pequeños que verdaderamente nos transforman y que nos animan a entregar la vida por algo que valga la pena.