domingo, 27 de diciembre de 2009

Dando valor humano a lo divino


Hace algunos días volví a tomar un viejo libro que leí cuando tenía 17, 18 años. Lo compré, lo leí, mucho lo presté y mucho lo recomendé. Se trata de "El Valor divino de lo humano" (Editorial MiNos, 7ª edición, México 1992), del recientemente fallecido padre Jesús Urteaga. Es un libro que se presenta como una guía espiritual, orientada a jóvenes que desean vivir con fidelidad su cristianismo. Hasta ahí bien. Pero al volver a pasar sus páginas me pareció súmamente pesado, y decidí abandonarlo cuando me topé con esta lapidaria frase: "¿Se puede realizar algo realmente serio con hombres que tienen miedo al agua fría en una mañana de invierno?" (p. 63). Y no porque estemos en invierno, pero frases como esta me topo en todo el libro, enumero algunas que me parecieron chocantes:

- Dedica un capítulo entero a insultar a lo que él llama "beatos". En la página 29, afirma que "El beato todo lo espera de Dios... es un sentimental de corta inteligencia". ¿Acaso no es la actitud correcta acaso esperarlo todo de Dios? ¿No sabe el autor que "Beato" es un término que la Iglesia otorga a algunos que han vivido las virtudes cristianas? ¿Y que las virtudes teologales no son un esfuerzo de la voluntad, sino una don de Dios a los hombres?

- Titula a un capítulo "A golpe de látigo", y en él (página 91) afirma que "No nos dejaremos matar" ... "No podemos dejarnos matar, cristianos... Nuestra defensa será con espada afilada... No temas empuñar el arma. Que nadie se ría de un Cristiano". ¿Y los tanto y tantos mártires que en tantos siglos han derramado su sangre por Cristo? ¿No entiende este hombre que, como dice Tertuliano, la sangre de mártires es semilla de cristianos? En esta lógica, la Cruz de Cristo es una derrota. Y dice el autor en la página 92: "Pero los cristianos de hoy no tenemos vocación de mártires, sino de guerreros".

- Yo sigo creyendo que el Cristiano tiene una misión de amor. Pero este sacerdote incita en todo momento a la violencia, y cree que Dios lo quiere: "La guerra es el azote de Dios para su pueblo inconciente (pag. 242) ... La justicia de Dios tiene su tiempo y ya ha llegado en su carro de fuego. Juzgará por el fuego y pot la espada a toda carne, y serán muchos los que caigan a los golpes de los poderosos (pag. 243) ... Cobarde! Con hombres como tú, el Cristianismo se hubiera arruinado antes de entrar en las catacumbas (pag. 113) ... ¡Adelante, con violencia, los hombres de Dios! (pag. 102)". ¿Como puede llamarse un libro "de espiritualidad" con tales afirmaciones? Yo creo que este hombre no conoce la historia de la Iglesia, cuya piedra angular fue un hombre que en un momento determinado se acobardó y negó al mesías.

Este pobre curita entiende al cristianismo no como un encuentro con alguien que da vida plena y abundante, sino una especie de escuela estoica, donde te santifica aquello que más cueste a la voluntad. Parece que sólo es digno de ser cristiano aquel que posea fortaleza física y que esté dispuesto "a dar la lucha" (¿con quién o para qué?). Me alegro que no se haya topado nunca con el Cura de Ars, con Santa Teresita del niño Jesús o con San Francisco, porque su pequeñez le hubiera parecido apocamiento.

Pero el Padre de los cielos se regocija con los pequeños, con los que son como niños pobres, indefensos. Que en todo dependen de su padre amoroso. ¡Qué daño ha hecho la modernidad al imaginarnos autónomos, incluso en la mentalidad de muchos hombres de Iglesia! En la página 102 afirma: "Que la casa de Dios no sea para ti un lugar oscuro, al que vayas a ocultar tu miedo, tus indiferencias, tus cansancios o tus cobardías". ¡Si el mismo Cristo llama a todos los que están cansados a refugiarse en sus brazos! Y no creo que a él le importe si te bañaste o no con agua fría en invierno.

Es tanto el énfasis de dicho voluntarismo que, si la intención de texto era (como afirma el título) destacar lo divino en lo humano, al final se desdibuja todo rasgo de sobrenaturalidad en todas las afirmaciones que hace, no deja espacio para el encuentro con la Gracia. Creo que San Agustín y demás padres espirituales enseñan por caminos contrarios. Pido una sincera disculpa a mis amigos que les recomendé o les presté dicho libro.

sábado, 26 de diciembre de 2009

Discurso de Ratzinger sobre los católicos en política


El 9 de abril de 2003, el entonces Cardenal prefecto de la congregación para la doctrina de la fe, Joseph Ratzinger participó con una intervención en el congreso “El compromiso y la conducta de los católicos en la vida política”, celebrado en Roma y organizado por la Universidad Pontificia de la Santa Cruz. Me llama la atención que el ahora Papa Benedicto XVI en esta ocasión, con motivo de la publicación del documento emitido por la Congregación que presidía llamado "Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los de los católicos en la política" advierte del riesgo de que "la teologización de la política se convierta en ideologización de la fe". Conste, quien lo dice es el actual Papa. El texto de donde se extrae este discurso, es de la revista italiana 30 giorni de mayo de 2003.

"Según Paul Ricoeur hacer pensar es lo más noble que la filosofía puede obtener, y por tanto queremos hacer pensar sin imponer nada. De todos modos, la posición descrita en nuestro documento se podría resumir así: para nosotros, es decir, para la convicción de la Iglesia católica de todos los tiempos, la política pertenece a la esfera de la razón, la razón común a todos, la razón natural. La política, pues, es un trabajo que implica el uso de la razón y ha de estar gobernada por las virtudes naturales, que muy bien describió la antigüedad griega, las cuatro virtudes cardenales: prudencia, templanza, justicia y fortaleza.

La convicción de que el ámbito de la política es el ámbito de la razón común, que debe desarrollarse en la recíproca comprensión y que debe comportar también la iluminación de la razón, implica la exclusión de dos posiciones.

Ante todo excluye la teologización de la política, que se convertiría en ideologización de la fe. La política, en efecto, no se deduce de la fe, sino de la razón, y la distinción entre la esfera de la política y la esfera de la fe pertenece precisamente a la tradición central del cristianismo: la encontramos en la palabra de Cristo «Dad al emperador lo que es del emperador, a Dios lo que es de Dios». En este sentido el Estado es un Estado laico, profano, en sentido positivo. Pienso, por ejemplo, en las hermosas palabras de san Bernardo de Claraval al Papa de aquel entonces: «No pienses que tú eres el sucesor de Constantino; no eres el sucesor de Constantino, sino de Pedro. Tu libro fundamental no es el Código Justiniano, sino la Sagrada Escritura».

Este, digamos, justo carácter profano, o laico de la política, que excluye por tanto la idea de teocracia, de una política determinada por el dictado de la fe, excluye, por otra parte, también el positivismo y empirismo que es una mutilación de la razón. Según esta posición la razón sería capaz de percibir sólo las cosas materiales, empíricas, comprobables o falsificables con métodos empíricos. La razón, pues, sería ciega en lo que se refiere a los valores morales y no puede juzgarlos, porque entran en la esfera de la subjetividad, y no en la de la objetividad de una razón limitada a lo comprobable, a lo empírico y a lo positivista. Semejante mutilación de la razón que se limita a lo que puede constatarse, a lo empírico, a lo comprobable y a lo falsificable según métodos materiales, destruye la política y, como decía el senador Cossiga, la reduce a una acción puramente técnica, que debería seguir simplemente las corrientes más fuertes del momento, sometiéndose por tanto a lo transitorio y también a un dictado irracional. Y este es el otro compromiso de nuestro documento: si por un lado excluimos una concepción teocrática e insistimos en la racionalidad de la política, por el otro, excluimos también un positivismo según el cual la razón es ciega ante los valores morales, y estamos convencidos de que la razón tiene la capacidad de conocer los grandes imperativos morales, los grandes valores que deben determinar todas las decisiones concretas.

En este sentido me parece que interviene también cierto vínculo entre fe y política: la fe puede iluminar la razón, puede sanar, curar una razón enferma. No en el sentido de que este influjo de la fe traslada el ámbito de la política desde la razón a la fe, sino en el sentido de que restituye la razón a sí misma, a su propio ámbito, ayuda a la razón a ser sí misma, sin enajenarla.

Las indicaciones que aparecen en nuestra Nota a los políticos católicos, respecto a los valores que hay que defender contra mayorías de un momento, no quieren ser una intromisión en la política por parte de la jerarquía. Quieren ser una ayuda necesaria a la razón de modo que sobre todo los políticos creyentes puedan, en el debate político, ayudar a una evidencia común y de este modo a una presencia real y concreta de los valores que deben gobernar a cada uno en la política. Gracias."

De santos y de poetas franceses



Me llaman la atención los Santos franceses del siglo XIX. Pero mucho. A los ojos de la historia, el siglo de las luces parece desplazar a una Francia de tradición católica católica. Cómo pudo ser posible que en el mismo país de la Revolución, del terror y del positivismo de Comte, de las ambiciones expansionistas de Napoleón, se dieran estos personajes humamente pequeñitos, pero grandes de espíritu. Es el siglo de un pobre curita rural en Ars de nombre Juan María Vianney que corrió el riesgo de ser expulsado del Seminario por no tener capacidad de aprender latín, o de aquella monjita en Lisieux que se dormía durante la oración y respondía al nombre de Teresa, o a la de la pequeñita Bernardette que vivía en un molino en Lourdes y a la que la Virgen se la apareció. O de aquel profesor de la Sorbonne de apellido Ozanam que generó un intenso apostolado con los pobres de París. O de Catalina Labouré, aquella religiosa que en 1830 habla con la Virgen María y difunde la devoción a la medalla milagrosa. Muchos santos, mucha Gracia, mucha misericordia a pesar de la revuelta, de la discordia política, de tanta ambición política y mucha soberbia intelectual.

Sí, parecen signos de contradicción, pero también es la manera en que Dios se muestra a los hombres. Cuando nos hemos cerrado en la historia toda posibilidad de esperanza, hombres pequeños y a los ojos del mundo insignificantes, muestran el verdadero rostro del amor. Como dice el pregón pascual: Donde abunda el pecado, sobreabuda la Gracia.

Y también, a pesar de grupos y personajes reaccionarios y contrarrevolucionarios que querían identificar al catolicismo con un régimen determinado, hay una serie de autores, poetas, filósofos y literatos, que han aportado desde su obra, una visión del mundo, del hombre, de su condición, de la sociedad, de Dios y de la Iglesia, que a la vez es dura con la modernidad, pero encuentran en la razón el camino de búsqueda por la que el hombre puede encontrarse con el misterio y con su destino.

Me refiero a poetas, pensadores y literatos conversos generalmente, como Charles Péguy, Georges Bernanos y Paul Claudel. Estos tres literatos tienen como común denominador, que no han entendido al catolicismo desde una perspectiva conservadora, o diríamos ahora, de derecha. Al ahondar sobre cada uno de ellos, quisiera resaltar un profundo y serio compromiso por la realidad, por el hombre y entendiendo que el cristianismo no puede reducirse a una manera de entender la sociedad, la cultura o la política, si no que es, una pasión por el hombre y por su destino. Los personajes que nutren sus historias, son gente sencilla, campirana en su mayoría, que no buscan pontificar ni moralizar, sino plantearse su vida en relación al anhelo de felicidad que alberga su corazón. La Juana de Arco de Péguy, Violaine de Paul Claudel o el cura rural de Bernanos.

Francia es una nación a la que, desde el bautizo de Clodoveo se le ha dado el título de “hija mayor de la Iglesia”, pero que, por otra parte, y a raíz de la Revolución Francesa, se ha significado como un país especialmente beligerante contra la Iglesia Católica. Es ese contraste entre la Francia de Voltaire, de Diderot, de Laplace, del librepensamiento y el racionalismo científico. La Francia de los gobiernos laicistas de finales del siglo XIX y comienzos del XX, gobiernos que provocaron rupturas de cualquier concordato, cierre de monasterios y conventos, expulsión de los miembros de órdenes y congregaciones religiosas, sobre todo de aquellas dedicadas a la enseñanza, confiscación de bienes, laicización de cementerios, escuelas y universidades, fuerzas armadas, hospitales, supresión de signos religiosos en establecimientos y locales públicos. Pareciera ser la tierra “liberada de los dogmas de la fe” y orgullosa de su ciencia, de su filosofía, de su literatura y de su política.

Quizás por causa de este radicalismo laicista surgió como contrapartida una generación de intelectuales y literatos de signo católico como Bernanos, Bloy, Claudel, Marcel, Maritain, Mauriac, Peguy y Ricoeur. La conversión al catolicismo de estos hombres de letras aportó a las letras católicas una gran dignidad literaria y, simultáneamente, un planteamiento problemático del hecho y de la vivencia religiosa. De ello se siguió:

1º que la literatura católica dejó de ser una literatura «piadosa», «devota», para hacerse conflictiva y provocar una conmoción en todo el aparato de la fe;

2º que, como alguien ha dicho, los intelectuales católicos dejaron de sentir complejo de inferioridad y pusieron su pensamiento en contacto y al nivel del pensamiento contemporáneo laico. (Si jo fos fuster i tu et diguessis Maria Texto publicado en el diario Ultima Hora de Barcelona por Blai Bonet (13 de abril y 4 de mayo de 1973).

Paralelamente, aunque un poco después nació una «nueva teología» cuyos autores prepararon la «toma de conciencia eclesial» y la repristinación del catolicismo que han sido el motor y la meta del Concilio Vaticano II. Muchos de ellos, entonces avanzados (Chénu, De Lubac Rahner, y el Daniélou anterior a su elección al cardenalato, entre otros). (Si jo fos fuster i tu et diguessis Maria, texto publicado en el diario Ultima Hora de Barcelona, Blai Bonet (13 de abril y 4 de mayo de 1973).

El fin del siglo de las luces es testigo de un renacer de lo católico. Asuntos políticos tales como el “affaire Dreyfus” con los llamados “Católicos sin fe” que más tarde derivaron en movimientos políticos de derecha tales como los afiliados a la “Action francaise”, que terminó siendo condenada por el Papa y simpatizantes de Hitler. Los católicos vivían en el filo de una filiación política contrarrevolucionaria, con el riesgo de vaciar de contenido un cristianismo que quedaría como cultura, régimen político (l’ancien regime, que hablaban los revolucionarios) o una moral rígida.

La «novela católica», es un producto francés de aquel momento, aunque cuente entre sus más conspicuos cultivadores al inglés Graham Greene: Mauriac, Bernanos, Julien Green (norteamericano de expresión francesa). Maxence van der Meersch (de calidad notablemente inferior), etc. (Si jo fos fuster i tu et diguessis Maria Texto publicado en el diario Ultima Hora de Barcelona, Blai Bonet (13 de abril y 4 de mayo de 1973).

Como un común denominador de las novelas de estos autores franceses, podría citar que no denotan un desprecio de lo católico hacia la modernidad. Péguy, por ejemplo, su impulso literario surge de una férrea crítica hacia la moral burguesa y a los patrones burgueses en todos los dominios de la vida y en todas las clases sociales. Su lucha de Péguy era contra la mentalidad burguesa del mundo moderno, mentalidad de la que él mismo diría que estaba inmerso el partido socialista. Afirma duramente que “Todo mal viene de la burguesía”. El mismo Bernanos hace una fuerte denuncia al fascismo en su obra “los grandes cementerios bajo la luna”.

Pero estas denuncias, no se iban con el giro fácil de afirmar que los ricos son malos, o haciendo un simplista juicio de la realidad a través de las condiciones sociales de su época, su juicio iba más allá, es un juicio antropológico. Lo interesante de los personajes de sus obras, es que muestran una humanidad limitada y herida, denunciando lo inhumano que presentaban las propuestas sociales, culturales o psicológicas de la época, que presentaban al hombre como un “monstruo tranformado en súper hombre” (Ensayos de comprensión 1930-1954 / : escritos no reunidos e inéditos de Hannah Arendt / Hannah Arendt ; traducción de Agustín Serrano de Haro). “Ellos se daban cuenta de que una persecución de la felicidad que en realidad significaba desterrar todas las lágrimas, acabaría bien pronto en desterrar todas las risas”.

Este es el fondo de todo, mostrar al hombre en su fragilidad, en su condición limitada y alertarlo del peligro que representa la fantasía ilustrada del hombre que posee una varita mágica y que tiene el dominio de sí mismo y de la realidad.

Frente a todo esto que pasaba en el interior de la Iglesia, había una una corriente literaria que, dadas las situaciones sociales y políticas del momento, adoptaron posiciones políticas de izquierda que, desde Péguy ante el «affaire Dreyfus», llegarían hasta la Resistencia antinazi, pasando por las guerras de España, de Indochina y de Argelia.

La «novela católica» era (cito la nota del periódico catalán de Blai Bonet) “no la novela «moral», «edificante», «ejemplar», sino un crudo muestrario del mal, de la duda, del pecado, en un mundo en el que la presencia de Dios es contradictoria y desconcertante. Novela «para no ser puesta en todas las manos», según la moralina tradicional, pero rigurosamente católica en su concepción de las relaciones del hombre con Dios, y mucho más válida que las estampas pías de la literatura católica anterior (es decir, válida simplemente)”.

Las novelas de estos autores, presentan a los sacerdotes en su condición de mediador y de dispensador de la gracia, pero sometidos a sacudidas existenciales y a desfallecimientos humanos, a crisis de vocación y a choques con las estructuras eclesiásticas.

Es un choque estas novelas en el tiempo, a pesar de una distancia relativamente corta en que fueron escritas. La «secularización» de la vida y de la cultura (aún tomando esa palabra en el sentido en que la emplea la Iglesia católica) parece haber planteado la literatura a niveles de creación autónoma. La «horizontalización» del sentimiento religioso parece excluir la penetración en una interioridad problemática y problematizada: el «compromiso» (cuando es asumido como tal) atiende a la liberación colectiva del hombre y a su realización temporal. El «ecumenismo» favorece el reconocimiento común de la existencia de un Dios personal, más que la expresión de la lucha íntima del hombre con él. Es la diferencia entre una novela «confesional» y estas «novela católica».

Hoy, en esta época de postmodernidad, Francia vive el miedo a la inmigración y al islam, es la de la anomia juvenil, la de los barrios marginales y los institutos conflictivos. La de la polémica en torno al hijab. Y, también, la del retorno a un creciente interés por la temática religiosa. En René Girard, en Derrida, en Debray. La clase de religión -de historia de las religiones- vuelve a las escuelas, después de largas décadas de exilio. El actual presidente, Sarkozy afirmó en varias entrevistas a algunos periódicos que Francia era portadora de una herencia cristiana de siglos y que ella constituía una parte esencial de la cultura francesa. A un periodista del diario Le Figaro le dijo: «Mire Usted, detrás de la moral laica y republicana de Francia hay dos mil años de cristianismo». Y posteriormente en unas declaraciones a este mismo diario afirmó que «lo religioso es expresión de la libertad, una cosa que debe ser protegida por el Estado». Además dialogando con unos periodista de La Croix pocos días antes de las elecciones les manifestaba su convicción de que «la religión católica es uno de los fundamentos de la identidad francesa».

Sobre grupos integristas.

Leyendo sobre este tema del integrismo católico vestido de ortodoxia, me topo con ese texto del gran teólogo Von Balthasar en el que hace una minuciosa crítica a los textos de un conocido fundador de una agrupación católica. Me parece digno de reflexión.

EL OPUS DEI: Integrismo católico

Los protestantes nos envidian muchas veces a nosotros los católicos el que gracias a Roma no existen en nuestra Iglesia fracciones incompatibles como en el caso de las trágicas divisiones que ellos padecen. Sin embargo, aunque esto es verdad por lo que se refiere a nuestras fronteras dogmáticas, no lo es con respecto a los distintos espacios de la espiritualidad, llegando a este punto a un cuadro semejante al de los protestantes. El primero que como pensador cristiano miró profundamente alarmado el fenómeno de lo que hoy se llama integrismo, y dio de él el más seguro diagnóstico no superado aún, fue Maurice Blondel.

La más fuerte manifestación integrista es sin duda el Opus Dei –de origen español–, un instituto secular con millares de miembros, principalmente en el mundo académico y con una gran extensión internacional; posee numerosas residencias para estudiantes en todo el mundo y una Universidad en Pamplona. Estrechamente ligado al régimen español de Franco, posee altos puestos en el gobierno, bancos, editoriales, revistas, periódicos (fundados por él o comprados), y desarrolla en todas partes –incluso en Alemania, Francia, Austria, Suiza– una discreta y celosa actividad de propaganda. La pertenencia a la Obra está concebida de una manera múltiple y complicada: desde unos amplios círculos exteriores hasta grupos íntimos secretos y células. Nos reducimos a investigar su espiritualidad y tomamos para ello el libro Camino del fundador y presidente José M.. Escrivá, y preguntamos: ¿Piensa realmente el autor desarrollar aquí una auténtica espiritualidad que baste para nutrir cristianamente a un tan poderoso cuerpo selecto? ¿Es un pequeño manual español para los altos exploradores? Pero española es también la auténtica mística de Raimundo Lulio, Juan de la Cruz e Ignacio de Loyola, cargada de resonancias evangélicas y con validez para siglos. También aquí será útil entresacar algunos párrafos para captar el “nuevo tono” de este “camino”.

“¿Adocenarte? Tú, ¿del montón? ¡Si has nacido para caudillo! Entre nosotros no caben los tibios; – ¡Energía! Sin ella Iñigo no se hubiera convertido en Ignacio. ¡Dios y audacia! Sé fuerte y viril. Así serás señor de ti mismo en primer lugar. Y, después, guía, jefe, ¡caudillo!... que obligues, que empujes, que arrastres con tu ejempIo, y con tu palabra, y con tu ciencia, y con tu imperio; – El matrimonio es para la clase de tropa, no para el estado mayor de Cristo; –¿Ansia de hijos?... Hijos, muchos hijos y un rastro imborrable de luz dejaremos si sacrificamos el egoísmo de la carne; – No me gusta tanto eufemismo: la cobardía la llamais prudencia y vuestra “prudencia” es ocasión de que los enemigos de Dios, vacíos de ideas el cerebro, se den tonos de sabios y escalen puestos que nunca deberían escalar; – Y después, ¡camino arriba, con santa desvergüenza, sin detenerte hasta que subas del todo la cuesta del cumplimiento del deber!; – Poco recio es tu carácter; – Cállate, no seas “niñoide”; – Hombre: sé un poco menos ingenuo; – ¡Caudillos!... viriliza tu voluntad para que Dios te haga caudillo. ¿No ves cómo proceden las malditas sociedades secretas? Mucha obediencia hace falta; – Cuando un seglar se erige en maestro de moral se equivoca fácilmente: los seglares sólo pueden ser discípulos; – El sacerdote, quien sea, es siempre otro Cristo; – Amar a Dios y no venerar al sacerdote... no es posible”.

Oigamos ahora una instrucción en la que se determina cuál ha de ser el contenido de la oración a Dios: “Me has escrito: ‘Orar es hablar con Dios. Pero, ¿de qué?’ De Él, de ti: alegrías y tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones diarias... ¡flaquezas!“. Esto quiere decir que esta oración se mueve casi exclusivamente en el círculo estrecho del yo, de un yo que debe ser grande y fuerte, equipado de virtudes paganas, apostólico y napoleónico. Lo que ante todo es necesario, o sea el arraigo contemplativo de la Palabra “en buena tierra"”(Mt. 13, 8); lo que constituiría el blanco de la oración de los santos, de los grandes fundadores, la oración de un Foucauld, lo buscará uno inútilmente aquí. Así, pues, es de esperar que el Opus Dei posea en su propio subsuelo unas reservas espirituales completamente distintas de esta muestra mezquina, que ofrece a la luz del día. Cuando el caudillo espiritual, al terminar la recolección de flores, se lleva un par de rosas de Lisieux para su ramillete, ya están casi marchitas, no crecen y no podrán mantenerse mucho tiempo en el florero. “Me dijiste que querías ser caudillo”, dice la sugestiva pregunta del nº 931. ¡Ah, no, Monseñor, yo no creo que hubiese dicho esto! A pesar de sus afirmaciones de que los miembros de la obra son libres en sus opciones políticas (J. Herranz, El Opus Dei y la política), es innegable que su fundación está marcada por el franquismo, ésta es “la ley en que ha sido formado”.

Aquí surgen igualmente graves problemas –que no trataremos a fondo– acerca de la “táctica apostólica” de la “Obra de Dios”; en primer lugar la relación entre “dinero y espíritu”. Pongamos un ejemplo: ¿Se puede comprar un periódico, hasta entonces libre, con todo su equipo –hasta entonces libre– de redacción y colaboración, dejándoles que sigan escribiendo como antes con la sola condición de hacer en cada número un poco de propaganda del Opus Dei? Así sucedió con la revista parisina La Table Ronde, que primeramente estaba tan llena de espíritu y tan estimulante; y así sucederá con otras publicaciones. Recordemos que las más bellas revistas son las que fueron escritas (La Antorcha, Péguy Cahiers) o dirigidas por una personalidad relevante ("Hochland", Muth y Schöningh; Esprit, Mounier y Béqguin) o al menos reflejan el espíritu de un grupo libre (Testimonianze, ll Gallo), de una Orden (Vie intellectuelle).

Comprar un espíritu es una contradicción en sí misma. ¿Y qué decir finalmente del método de reclutamiento, que preferentemente consiste en mandar por delante académicos bien intencionados, influyentes y acaudalados, reunir después grandes grupos de estudiantes y gente culta, frecuentemente sin cuajar aún, para terminar escogiendo de la red lo más útil? Desearíamos mejor las cartas boca arriba; quisiéramos oir, en vez de tratados de derecho eclesiástico, el lenguaje sencillo y colombino del Evangelio.

Podríamos escribir muchas formas del integrismo nacionales o extranjeras, muchas gradaciones desde el margen eclesial hacia los instrumentos eclesiásticos. Las posibles combinaciones entre tradicionalismo, monarquismo, juridicismo y espíritu militar, política y altas finanzas, son interminables. El problema queda en pié, siempre que estas esferas de valores (de muy variadas formas) pueden ponerse al servicio de Jesucristo, que ha llevado los pecados del mundo como “cordero” y no como tigre, que ha proclamado la doctrina de su Padre desde el madero de la Cruz y no en Ias cátedras universitarias, que ha amado al prójimo con espíritu de servicio y de humildad, sencillo y sin “táctica apostólica”, y que, sobre todo, no miraba a su propia integridad, sino que, como el samaritano, penetraba las fronteras enemigas.

Urs Von Balthasar, cardenal y teólogo católico.
Co-autor con Joseph Ratzinger (actual Benedicto XVI) de varios libros
Neue Zürcher Nachrichten-Christliche Kultur
23 de Noviembre de 1963.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Villancico

Un bonito villancico por estas épocas.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Adviento



      Poco tiempo tan bello, tan significativo y tan esperanzado como este que celebramos, que es el adviento. Esperamos, como espera la esposa que llegue el amado, como la madre que dará a luz. A quién esperamos? A quien ha de mostrarnos la positividad de la vida, a quien tiene palabras de vida y que nos muestra que hemos sido amados sólo por que así lo quiere un padre amoroso, no por nuestros méritos que son más bien pobres. Los cristianos sabemos que este es más que un tiempo de buenas intenciones, de buenos deseos o de dar regalos. Esperamos la llegada del Mesías, del Salvador de los hombres, de Cristo que asume nuestra condición humana para darnos vida abudante. En esta época neopagana, en que la cursilería ha suplantado a la mística debemos volver a ver este tiempo como lo que es, una festividad religiosa.

      Para recobrar este espíritu, la liturgia nos coloca frente al Misterio para vivirlo y entrar de lleno en este diálogo eterno de amor por el que participamos gracias a nuestra pertenencia al Pueblo de Dios. Los himnos de la liturgia de las horas me parecen una bella manera de recobrar este sentido, por ello comparto uno de los que más me gustan de esta época. Hay que estar despiertos por si el esposo llega, que nos encuentre velando.

      Este es el tiempo en que llegas,
      Esposo, tan de repente,
      que invitas a los que velan
      y olvidas a los que duermen.

      Salen cantando a tu encuentro
      doncellas con ramos verdes
      y lámparas que guardaron
      copioso y claro el aceite.

      ¡Cómo golpearon las necias
      las puertas de tu banquete!
      ¡Y cómo lloran a oscuras
      los ojos que no han de verte!

      Mira que estamos alerta,
      Esposo, por si vinieres,
      y está el corazón velando,
      mientras los ojos se duermen.

      Danos un puesto a tu mesa,
      Amor que a la noche vienes,
      antes que la noche acabe
      y que la puerta se cierre.

      Amén.

Porque tomó nuestra condición...



…Porque Jesucristo se hizo nuestro hermano carnal

Porque pronunció temporal y carnalmente las palabras eternas…

Se nos ha dado a nosotros débiles,

Depende de nosotros, débiles y carnales,

El hacer vivir y alimentar y conservar vivas en el tiempo

Esas palabras pronunciadas en el tiempo...

Se nos ha otorgado ese privilegio,

Ese privilegio increíble, exorbitante,

De conservar vivas las palabras de vida,

De alimentar con nuestra sangre, con nuestra carne, con nuestro corazón

Esas palabras que sin nosotros caerían descarnadas…

Nosotros que no somos nada, que pasamos en la tierra unos años de nada,

Unos pobres miserables…

Nos corresponde, de nosotros depende asegurar a las palabras

Una perpetuidad eterna, una perpetuidad carnal,

Una perpetuidad alimentada de carne, de grasa y de sangre.

(Charles Péguy. "El pórtico del misterio de la segunda virtud". 78-80 EE).


¡Feliz navidad, amigos!

domingo, 13 de diciembre de 2009

Los mexicanos, identidad y la Virgen



I. Sobre la identidad de México

Pocos días tan adecuados para reflexionar sobre la identidad de lo mexicano que estos en que hemos celebrado la fiesta de la Virgen de Guadalupe. No hay otro acontecimiento en la joven historia de nuestro país que haya sido tan decisivo, que nos haya dado identidad y unidad. No por algo, la lucha de la Independencia inició con su imagen hace casi 200 años. ¿Cómo podría convocar Hidalgo si no es con un signo lo suficientemente fuerte, que identifique y mueva a otros mexicanos? En el contexto de la conquista, la aparición de la Virgen en el valle del Anahuac significó esperanza para quienes pertenecían a los pueblos originarios como para los españoles. Y con un símbolo de esperanza que lo mismo era venerado por indígenas, criollos, españoles o mestizos, se hizo más fácil la consolidación de un solo pueblo llamado México.

A diferencia de otros pueblos, la unidad y la identidad de México no se debió a guerras o causas políticas. El hecho del Tepeyac tan sólo fue el hecho definitorio de un pueblo nuevo, pueblo que es originario por igual de los pueblos que ya habitaban estas tierras, como de los españoles que llegaron. No ocurrió como en Norteamérica, en que los calvinistas puritanos marcaron su distancia, religión, costumbres y propiedades de los pueblos originarios. El catolicismo español, llevado por los misioneros a los indígenas hizo sentir a todos, como propio el acontecimiento Guadalupano y esto permitió el mestizaje y la inculturización de la fe cristiana.

Hoy vemos a la Virgen de Guadalupe lo mismo en hospitales, en cárceles, que en negocios, escuelas y hogares. Para los mexicanos que viven en el extranjero, la Virgen es el lazo que los une con la tierra lejana y cada atentado o burla que ha habido a la imagen de la Virgen, lo tomamos como un ataque contra nosotros mismos. Todo esto lo hace un acontecimiento cultural que nace de un acontecimiento religioso. Hay quienes afirman que el 100% de los mexicanos somos guadalupanos, aunque el 85% sea católico.

Entonces, ¿cómo es posible que este país que se funda en la esperanza de un signo de vida (la mujer encinta, próxima a dar a luz) viva hoy en día dolorosos episodios de muerte? La imposibilidad que parece tener una real democracia, la creciente delincuencia, el fortalecimiento del narcotráfico y del crimen organizado, la cada día creciente drogadicción entre los jóvenes, olvido de los ancianos, y vida sin sentido de tantos hombres y mujeres que llegan en casos extremos (y cada día más) a suicidios.

Cada día mayor incapacidad de acuerdo por parte de los políticos, un país en el que los ricos son cada día más ricos y los pobres más pobres, en que vivimos en ciudades caóticas donde parece imposible ¿Acaso puede haber esperanza ahí?

Un célebre autor, Graham Greene hizo en los años treintas un recorrido por nuestro país, y cuando le preguntaron lo que vio, fue tajante: ‘No hay esperanza en ningún lugar. Nunca había estado en un país como éste en el que se siente todo el tiempo el odio’. ¿Qué fue entonces lo que pasó? ¿Ha sido acaso la política, los movimientos sociales, nuestros propios vacíos los que han hecho que este país haya pasado de ser la nación próspera del siglo XVII a un país en franca decadencia?

Me parece simplista afirmar que en el origen de nuestra nación está nuestro destino. Las interpretaciones de “raza de bronce” distan de ser la solución a nuestros problemas, ni siquiera agotan la explicación de lo que ahora somos. Por eso, más que agotar en definirnos por nuestro origen, debemos reflexionar en nuestro Ethos que hemos ido formando en nuestra dimensión de seres históricos. ¿Qué es lo que nos mueve a los mexicanos a vivir y ver el mundo desde nuestra propia visión, porqué actuamos de determinado modo ante la muerte, ante la violencia, porqué nos organizamos así en sociedad y porqué nos aferramos todavía a sistemas y estructuras deshumanizantes?

II. Porqué somos como somos?

Algunos autores han reflexionado porqué los mexicanos somos como somos. Quisiera empezar con quien es sin lugar a dudas, clave para entendernos. Nuestro nóbel, Octavio Paz reflexiona en el “Laberinto de la Soledad” sobre nuestro sentimiento de inferioridad y atribuye este sentimiento precisamente a la soledad, una soledad que despierta en la adolescencia y que tratamos de sobrellevar a través del uso de máscaras, caras ajenas a nosotros mismos que nos representan y con las cuales nos presentamos ante los demás. El silencio es la mejor arma, es mejor ser callado y reservado que llorar y ser observado, es mejor demostrar prosperidad aunque nos falte el alimento”.

También sobre este punto, reflexiona Samuel Ramos en su obra “El Perfil del Hombre y la Cultura en México” explica este sentimiento de inferioridad como un patrón de imitación mecánica a la auto denigración (…) el mexicano nunca se siente completo, siempre tiene un vacío, siempre le hace falta algo, nunca está completo”. Claro que esto también se ha debido a nuestros acontecimientos políticos. Desde los indígenas que permitían abusos de los “tlatoanis”, hasta una etapa en que una parte importante de los mexicanos se sentían subyugados por el poder político y en el siglo XX, por un partido con perfil dictatorial.

La verdad es que cada que nos preguntamos sobre cómo somos, lo que asoma son cuestiones negativas. Desde la imagen del indio dormido debajo de un sombrero, hasta la del personaje machista, ventajoso, bravucón.

Otro punto que analiza Ramos es la actitud del mexicano a siempre reaccionar violentamente y buscar un conato de violencia para elevar su autoestima y demostrar su hombría, en referencia al llamado peladito dice: “En sus combates verbales atribuye al adversario una feminidad imaginaria, reservando para si el papel masculino. Con este ardid pretende afirmar sus superioridad sobre el contrincante”.

Sobre esto, Octavio Paz hace una interesante reflexión en el mismo libro del Laberinto de la soledad sobre la frase “No te rajes”, Octavio Paz realiza un análisis de esta palabra y dice que rajarse es abrirse, es decir el mexicano no se abre, no puede rajarse no puede mostrar eso que siente, eso que tal ves lo mata de felicidad o que le desgarra en lo mas profundo de su ser, y simplemente el mexicano no se abre porque recrea un caparazón en donde se siente a gusto, en donde los problemas no le agobian, el rajarse sería permitir la entrada de intrusos a su intimidad, a lo mas profundo de su ser. A los mexicanos no nos gusta abrirnos, preferimos ponernos una máscara para enfrentar la vida desde una perspectiva que no nos dañe tanto. Octavio Paz habla del mexicano solitario e inseguro por naturaleza se vuelve temerario y sociable en las fiestas, gracias al alcohol.

Al respecto, Samuel Ramos insiste en el problema de la "supuesta inferioridad del mexicano", afirmando que él nunca ha atribuido una inferioridad en el mexicano..." lo que afirmo es que cada mexicano se ha desvalorizado a sí mismo, cometiendo, de este modo, una injusticia a su persona". Concluye afirmando que el mexicano no es inferior, sino que se siente inferior.