martes, 31 de marzo de 2009

El reino de los ciegos con su rey Arjona


Mis amigos saben que puedo escuchar casi cualquier tipo de música, pero no me pongan a este tipo, porque de verdad que no lo soporto. Y antes de que alguien me salga con que debo ser más tolerante, expondré mis razones por las cuales creo que no se puede transigir con la obra de este tipejo.

La primera vez que supe de la existencia de este individuo fue viendo alguno de estos programas domingueros donde se presentaban cantantes. Al escuchar lo que decía ese bodrio que cantó, supe que el tipo era un estafador. En un engaño, este pseudo-poeta le canta a un Cristo que no es el de los Evangelios. Le canta a un cristianismo que reduce a meras fórmulas sociales y éticas la experiencia de Jesús. Como si ser cristiano fuera militar en un sindicato, un partido político o un club de beneficencia.

A partir de tal infamia el tipo empezó a darse a conocer con letras quizás no tan tontas como esa que refiero, pero en su inmensa mayoría sin un sentido lógico. Hace unos días me compartía mi amigo Hernán un artículo que se publicó en el diario "El Comercio" de Lima en el que se hacía notar todas las inconsistencias de unos de sus discos más recientes y en donde hace gala de su mayor talento: juntar palabras, no decir absolutamente nada y acabar convertido en un verdadero 'poeta'. Veamos algunos ejemplos que cita ese periódico:

"La vida es un juego de ajedrez", "Querer es lograr olvidarte", "Volverás a ser lo que no fuiste nunca", "Tú sigues aquí, sin ti, conmigo, ¿quién está contigo? Si ni siquiera estás tú", "Sé que soy hombre, no mujer, pero nada es lo que pude hacer, eso me pasa por ser".

No puedo, en verdad no puedo creer que ese sea el nivel de alguien que navega con bandera de poeta, de intelectual o que se ufana de decir cosas inteligentes. Me apena en realidad que haya gente que se lo crea. El autor del referido artículo dice que no puede "Evitar recordar al atribulado príncipe Hamlet, cuando, frente a la calavera de Yorik, en un páramo helado imaginado por Shakespeare, resolvió: "Ser o no ser: he aquí el problema". Una verdadera lástima que el gran Ricardo Arjona no haya aparecido en esa historia para darle una sabia respuesta a su dilema".

Así que con su permiso, yo empezaré a hacer campaña para que en la próxima gira que será en abril y mayo por México, mis amigos no tengan ni siquiera la ocurrencia de gastar en boletos o en desperdiciar horas preciosas de su tiempo llendo a ese concierto.

Un hombre que sí canta cosas inteligentes, le compuso una canción que vale la pena que la escuchen, les comparto la letra:

El reino de los ciegos

(Alejandro Filio)

Cuentan las escrituras de los falsos profetas
pero nunca nos previnieron de estos "poetas"
estos oportunistas de la mala memoria
galanes populistas, rimadores de sobra.

Bichos que crecen alto como enredadera
y así van enredando moda, canto y moneda
intelectualizando al personal distinguido
del gusto quinceañero y comprador compulsivo.

Habrá quien diga a medias la verdad de este caso
habrá quien le convenga mirar para otro lado
así va el juego, y a quién le importa
el reino de los ciegos con su rey, Arjona.

Para afilar el lápiz y emprender la lucha
hay tantos argumentos como habrán escuchas
pero el mejor termómetro de la destreza
no será nunca el monstruo de las mil cabezas.

El sur también existe por Serrat cantado
no habrá que confundirse ni seguir norteados
así va el juego, y a quién le importa
el reino de los ciegos con su rey, Arjona.


Robert Schuman


Robert Schuman

Hay quienes al ver el mal testimonio de algunos políticos, desdeñan todo lo que tiene qué ver con el servicio público y juzgan parejo a quienes participan en esta actividad. Evidentemente, el mundo está cansado de maestros y necesita de testigos. La política es algo noble y necesario, es sinónimo de servicio a la persona y a todo lo que le rodea. Uno de los hombres que creyó esto en lo más profundo de su mente y su corazón fue el hombre que logró una proeza que parecía imposible: La reconciliación entre Francia y Alemania tras la segunda guerra mundial y encontrar los mecanismos para desterrar los odios y las rencillas. Hablo del padre de la Unidad Europea, Robert Schuman.

Shuman nace en 1886 en Luxemburgo, de familia lorenesa y de lengua alemana. Realizó estudios de Filosofía, Derecho, Ciencias Políticas y Económicas. Fue un apasionado del Tomismo y era capaz de discutir en latín la Summa Theologica con los mejores especialistas. Se encontró muy joven con una vocación de servicio a la persona a través de la política que lo llevó a defender la libertad y por lo tanto a fustigar el nazismo y el fascismo. Por ello fue deportado hacia Alemania en los años cuarenta y desde las propias mazmorras de la GESTAPO organizó uno de los sectores más importantes de la Resistencia Francesa y sentó las bases del MRP (Democracia Cristiana Francesa).

Fue Ministro de Finanzas entre 1946 y 1947 en la III República Francesa, Jefe del Gobierno Francés desde noviembre de 1947 a julio de 1948 y ministro de Asuntos Exteriores de diez gobiernos consecutivos de la IV República Francesa entre 1948 y 1952. Siendo precisamente ministro de Exteriores estaba convencido de la inutilidad del enfrentamiento entre Francia y Alemania y lo destructivo que era para ambos pueblos los rencores frutos de las dos guerras mundiales (en especial de la humillante ocupación de París durante la segunda guerra), de la postguerra y de la guerra fría. Convencido de la unidad entre los pueblos europeos abrió de manera inteligente la oportunidad para la reconciliación: Propició la creación de la CECA (Comunidad Europea del Carbón y del Acero) que conjuntó las necedades de seis países europeos (Alemania, Francia, Italia, Bélgica, Holanda y Luxemburgo) y que a partir de 1951 dio paso a objetivos políticos, expansión económica, desarrollo del empleo y bienestar social. Este organismo fue el inicio de lo que hoy conocemos como la Comunidad Europea. Sabía que esto era posible sólo volviendo a los valores fundamentales de la persona y que son identidad de los países europeos: “Lo económico y lo militar no iba a ser suficiente para reconstruir la paz, si a ello no se unía una resistencia espiritual capaz de suscitar el sentido de la responsabilidad, del sacrificio y del compromiso”.

Fue elegido por aclamación el primer presidente del Parlamento Europeo de 1958 a 1960. Obviamente tuvo qué sortear con paciencia las acusaciones de varios sectores franceses que lo acusaban de “germanófilo”.

Shuman, a pesar de los importantes cargos políticos que ocupó durante su carrera, jamás se llenó de soberbia ni de ambición. Jamás hablaba de sí mismo (como lo señala Miguel Ángel Velasco en su libro Santos de andar en casa), no levantaba la voz y en las discusiones mantenía su punto de vista sin mortificar jamás a quien pensara distinto a él. Su guardarropa era muy sencillo y tenía pocos trajes, como ministro de Asuntos Exteriores permitía que los aduaneros revisaran su equipaje. E. Burne, uno de sus biógrafos, escribió que “Su única ambición era la de hacer el bien, que es lo que menos se parece a una ambición”. Siempre fue solidario sin aspavientos con los más pobres, en ocasiones le ahorraba trabajo a su sirvienta lavando sus propias camisas.

Su profundo cristianismo que hizo de su vida un testimonio de congruencia, fue motivo para que el Obispo de Metz (lugar donde vivió sus últimos años con paciencia y humildad), iniciara su proceso de beatificación, mismo que ya ha sido aprobado por la Santa Sede y que está muy adelantado. Todas sus virtudes humanas, el espíritu de perdón y reconciliación en la circunstancia histórica que vivió, su convicción de una Europa unida y fuerte, su sencillez de corazón, su actitud ante la vida y profundo amor hacia la gente, hacen de Robert Shuman un político humanista eficaz y valiente, digno de ser admirado.

lunes, 30 de marzo de 2009

Sarkozy en San Juan de Letrán




Es una pena que lo que conozcamos en México del Presidente francés Sarkozy sean sólo las frivolidades que difunden algunos medios de su relación con la Bruni. Hace muy poco, en una visita que el presidente galo hizo a Roma (diciembre de 2007) fue a San Juan de Letrán, basílica que tiene una tradición histórica de la cual los reyes de Francia son canónigos. Ya no hay reyes en ese país (al último que hubo creo que le cortaron la cabeza) pero algunos presidentes han ido a asumir este cargo. En dicho evento dice un estupendo discurso que quiero compartirles. Es de esos discursos en los que digo: Porqué no lo escribí yo?


Hace un recuento de la tradición católica de su país, y de lo que esta le ha aportado. Sin lo católico sería imposible reconocer la identidad del pueblo francés y así, sin tapujos lo afirma. Resalto la referencia que en dicho texto hace Sarkozy a Péguy. Qué pena que en México nos detengamos en estúpidos prejuicios antirreligiosos en la vida pública. Me parece que lo dicho por Sarkozy reafirma la positividad de la laicidad, que antes que ser una negativa a lo que sea religioso, es una postura a favor de todas las tradiciones que conforman la vida y la cultura de un pueblo y que sin miedo, deben reconocerse a riesgo de mutilar o de falsear la historia, cosa que desgraciadamente ha ocurrido en nuestro país.


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"Al venir esta tarde a San Juan de Letrán y aceptar el titulo de canónigo de esta basílica, conferido por primera vez a Enrique IV y transmitido desde entonces a casi todos los jefes de Estado franceses, asumo plenamente el pasado de Francia y ese lazo tan particular que durante tanto tiempo ha unido a nuestra nación con la Iglesia.

Fue con el bautismo de Clodoveo como Francia se convirtió en hija primogénita de la Iglesia. Esos son los hechos. Al hacer de Clodoveo el primer soberano cristiano, este acontecimiento tuvo consecuencias importantes para el destino de Francia y para la cristianización de Europa. En múltiples ocasiones después, a lo largo de su historia, los soberanos franceses tuvieron ocasión de manifestar la profundidad del vínculo que les ligaba a la iglesia y a los sucesores de Pedro. Tal fue el caso de la conquista por Pipino el Breve de los primeros estados pontificios o de la creación ante el Papa de nuestra más antigua representación diplomática.

Más allá de los hechos históricos, si Francia mantiene con la sede apostólica una relación tan particular es sobre todo porque la fe cristiana ha penetrado en profundidad la sociedad francesa, su cultura, sus paisajes, su forma de vivir, su arquitectura, su literatura. Las raíces de Francia son esencialmente cristianas. Y Francia ha aportado a la irradiación del cristianismo una contribución excepcional. Contribución espiritual y moral por la fuerza de santos y santas de universal alcance: San Bernardo de Claraval, San Luis, San Vicente de Paul, Santa Bernadette de Lourdes, Santa Teresa de Lisieux... Contribución literaria y artística: de Couperin a Peguy, de Claudel a Bernanos, Vierne, Poulen, Duruflé, Mauriac o Messiaen. Contribución intelectual, tan cara a Benedicto XVI: Pascal, Bossuet, Maritain, Mounier, Lubac, Girard...

Permítaseme también mencionar la aportación determinante de Francia a la arqueología bíblica y eclesial, aquí en Roma, pero también en Tierra Santa, así como a la exégesis bíblica, en particular con la escuela bíblica y arqueológica francesa de Jerusalén.

(...)

Las raíces cristianas de Francia son también visibles en esos símbolos que son los establecimientos píos, la misa anual de Santa Lucía y la de la capilla de Santa Petronila. Y luego está además, por supuesto, esta tradición que hace del presidente de la republica francesa, canónigo de honor de San Juan de Letrán. Esto no es cualquier cosa: es la catedral del Papa, es la "cabeza y madre de todas las iglesias de Roma y del mundo", es una iglesia inscrita en el corazón de los romanos. Que Francia esté unida a la iglesia católica por este título simbólico, es la huella de esta historia común donde el cristianismo ha contado mucho para Francia y Francia ha contado mucho para el cristianismo. Y es así como, con toda naturalidad, he venido yo, como antes el general de Gaulle, Giscard d' Estaing y más recientemente Jacques Chirac, a inscribirme felizmente en esta tradición.

Tanto como el bautismo de Clodoveo, la laicidad es igualmente un hecho incontestable en nuestro país. Conozco bien los sufrimientos que su ejecución provocó en Francia entre los católicos, entre los sacerdotes, entre las congregaciones, antes de 1905. Sé también que la interpretación de aquella ley de 1905 como un texto de libertad, de tolerancia y de neutralidad es en parte una reconstrucción retrospectiva del pasado. Fue sobre todo por su sacrificio en las trincheras de la Gran Guerra, compartiendo los sufrimientos de sus conciudadanos, como los sacerdotes y religiosos de Francia desarmaron al anticlericalismo, y fue su inteligencia común lo que permitió a Francia y a la Santa Sede superar sus querellas y restablecer sus relaciones.

Nadie cuestiona ya que el régimen francés de laicidad es hoy una libertad: libertad de creer o no creer, de practicar una religión y de cambiarla por otra, de no ser afectado en su conciencia por prácticas ostentatorias, libertad para los padres de hacer que se dé a sus hijos una educación conforme a sus convicciones, libertad de no ser discriminado por la administración en función de las propias creencias.

Francia ha cambiado mucho. Los franceses tienen convicciones más diversas que antes. A partir de ahí la laicidad se ha afirmado como una necesidad y una oportunidad. Se ha convertido en una condición de la paz civil. Y por eso el pueblo francés ha sido tan ardiente para defender la libertad escolar como para desear la prohibición de signos ostentatorios en la escuela.

Siendo así, la laicidad no podría ser la negación del pasado. La laicidad no puede cortarle a Francia sus raíces cristianas. Ha intentado hacerlo; no habría debido. Como Benedicto XVI, yo considero que una nación que ignora la herencia ética, espiritual, religiosa de su historia, comete un crimen contra su cultura, contra esa mezcla de historia, patrimonio, arte y tradiciones populares que impregnan tan profundamente nuestra manera de vivir y de pensar. Arrancar la raíz es perder la significación, es debilitar el cimiento de la identidad nacional y secar aún más las relaciones sociales, que tanta necesidad tienen de símbolos de memoria.

Por eso debemos mantener juntos los dos extremos de la cadena: asumir las raíces cristianas de Francia e incluso revalorizarlas, sin dejar de defender una laicidad que al fin ha llegado a su madurez. Ese es el sentido de mi presencia en San Juan de Letrán.

Ha llegado el tiempo de que, en un mismo espíritu, las religiones, y en particular la católica, que es nuestra religión mayoritaria, y todas las fuerzas vivas de la nación miren juntas a los desafíos del futuro y no sólo a las heridas del pasado.

Comparto el juicio del Papa cuando considera, en su última encíclica, que la esperanza es una de las cuestiones más importantes de nuestro tiempo. Desde el Siglo de las Luces, Europa ha experimentado muchas ideologías. Ha puesto sucesivamente sus esperanzas en la emancipación de los individuos, en la democracia, en el progreso técnico, en la mejora de las condiciones económicas y sociales, en la moral laica. Se extravió gravemente en el comunismo y en el nazismo. Ninguna de estas diferentes perspectivas -que evidentemente no pongo en el mismo plano-ha estado en condiciones de satisfacer la necesidad profunda de hombres y mujeres de encontrar un sentido a la existencia.

Por su puesto, fundar una familia, contribuir a la investigación científica, enseñar, combatir por ideas, en particular si son las de la dignidad humana, dirigir un país, todo eso podría dar sentido a una vida. Esas son las pequeñas y grandes esperanzas "que día a día nos mantienen en camino", para retomar los propios términos de la encíclica del Santo Padre. Pero ellas no responden por sí mismas a las preguntas fundamentales del ser humano sobre el sentido de la vida y el misterio de la muerte. No saben explicar lo que pasa antes de la vida y lo que pasa después de la muerte.

Estas preguntas se las han hecho todas las civilizaciones en todos los tiempos. No han perdido ni un ápice de su pertinencia. Al contrario. Las facilidades materiales cada vez mayores de los países desarrollados, el frenesí del consumo, la acumulación de bienes, subrayan cada día más la aspiración profunda de las mujeres y los hombres a una dimensión que les supere, porque esa aspiración nunca ha estado menos satisfecha que hoy.

"Cuando las esperanzas se realizan -prosigue Benedicto XVI- se revela claramente que en realidad eso no es todo. Parece evidente que el hombre tiene necesidad de una esperanza que vaya más allá. Parece evidente que sólo puede bastarle algo infinito, algo que siempre será lo que él nunca podrá alcanzar. (...) si no podemos esperar más que lo accesible, ni más que lo que podamos aguardar de las autoridades políticas y económicas, nuestra vida se reducirá a una vida privada de esperanza". O también, como escribía Heráclito, "si no esperamos lo inesperable, no lo reconoceremos cuando llegue".

Mi convicción profunda, de la que he hablado sobre todo en el libro de entrevistas que publiqué sobre la República, las religiones y la esperanza, es que la frontera entre la fe y la no-creencia no está y nunca estará entre quienes creen y quienes no creen, porque en realidad pasa a través de cada uno de nosotros. Incluso quien afirma no creer, no puede negar que se hace preguntas sobre lo esencial. El hecho espiritual es la tendencia natural de todos los hombres a buscar una trascendencia. El hecho religioso es la respuesta de las religiones a esta aspiración fundamental.

Ahora bien, durante mucho tiempo la república laica subestimó la importancia de la aspiración espiritual. Incluso tras el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Francia y la Santa Sede, se mostró más desconfiada que benevolente respecto a los cultos. Cada vez que dio un paso hacia las religiones, ya se tratara del reconocimiento de las asociaciones diocesanas, de la cuestión escolar, de las congregaciones, dio la impresión de que actuaba así porque no podía hacerlo de otro modo. Hasta 2002 no aceptó el principio de un diálogo institucional regular con la Iglesia Católica. Que se me permita recordar también las virulentas críticas de que fui objeto por la creación del consejo francés del culto musulmán. Aún hoy, la Republica mantiene a las congregaciones bajo una forma de tutela, rehúsa reconocer carácter cultual a la acción caritativa o a los medios de comunicación de las iglesias, de mala gana reconoce el valor de los títulos otorgados por los establecimientos de enseñanza superior católicos (aunque la convención de Bolonia los prevé), ni concede ningún valor a los diplomas de teología.

Creo que esta situación es dañina para nuestro país. Por supuesto, los que no creen deben ser protegidos de toda forma de intolerancia y de proselitismo. Pero un hombre que cree, es un hombre que espera. Y el interés de la República es que haya muchos hombres y mujeres que esperan. La desafección progresiva de las parroquias rurales, el desierto espiritual de los barrios periféricos, la desaparición de los patronazgos y la carestía de sacerdotes no han hecho más felices a los franceses. Es una evidencia.

Y además quiero decir que, si incontestablemente existe una moral humana independiente de la moral religiosa, sin embargo la República tiene interés en que exista también una reflexión moral inspirada en convicciones religiosas.

Primero, porque la moral laica siempre corre el riesgo de agotarse o de derivar hacia el fanatismo cuando no va vinculada a una esperanza que llene la aspiración a lo infinito. Y además, porque una moral desprovista de lazos con la trascendencia está mucho más expuesta a las contingencias históricas y finalmente a la fragilidad. Como escribió Joseph Ratzinger en su obra sobre Europa, "el principio hoy en curso es que la capacidad del hombre sea la medida de su acción. Lo que se sabe hacer, se puede hacer". Pero al final el peligro es que el criterio de la ética ya no sea intentar hacer lo que se debe hacer, sino hacer todo aquello que sea posible hacer. Es una enorme cuestión.

En la República laica, un político como yo no puede decidir en función de consideraciones religiosas. Pero es importante que su reflexión y su conciencia estén iluminadas sobre todo por juicios que hacen referencia a normas y convicciones libres de contingencias inmediatas. Todas las inteligencias, todas las espiritualidades que existen en nuestro país deben tomar parte en ello. Seremos más sabios si conjugamos la riqueza de nuestras diferentes tradiciones.

Por eso voto por el advenimiento de una laicidad positiva, es decir una laicidad que, siempre velando por la libertad de pensar, de creer y no creer, no considere que las religiones son un peligro, sino que son un valor. No se trata de modificar los grandes equilibrios de la ley de 1905: ni los franceses lo desean, ni las religiones lo piden. Al contrario, se trata de buscar el diálogo con las grandes religiones de Francia y de tener como principio el facilitar la vida cotidiana de las grandes corrientes espirituales, en vez de complicársela.

Para terminar mis palabras quisiera dirigirme a aquellos de ustedes que se hallan comprometidos en las congregaciones, en la curia, en el sacerdocio y en el episcopado o que actualmente siguen su formación de seminarista. Simplemente querría comunicarles los sentimientos que me inspira su opción de vida.

(...)

Lo que quiero decirles como presidente de la República, es la importancia que otorgo a lo que ustedes hacen y a lo que ustedes son. Su contribución a la acción caritativa, a la defensa de los derechos del hombre y de la dignidad humana, al diálogo interreligioso, a la formación de las inteligencias y de los corazones, a la reflexión ética y filosófica, es de primera importancia. Arraiga en lo más profundo de la sociedad francesa, en una diversidad frecuentemente insospechada, igual que se despliega a través del mundo.

(...)

Al dar en Francia y en el mundo este testimonio de una vida entregada a los otros y llena de la experiencia de Dios, crean ustedes esperanza y hacen ustedes que crezcan los sentimientos más nobles. Es una suerte para nuestro país, y yo, como presidente, lo considero con mucha atención. En la transmisión de los valores y en el aprendizaje entre el bien y el mal, el profesor nunca podrá sustituir al pastor o al cura, porque siempre le faltará la radicalidad del sacrificio de su vida y el carisma de un compromiso transportado por la esperanza.

(...)

En este mundo paradójico, obsesionado por el confort material y que al mismo tiempo busca cada vez más el sentido y la identidad, Francia necesita católicos convencidos que no teman afirmar lo que son y en lo que creen. La campaña electoral del 2007 ha demostrado que los franceses tenían ganas de política a poco que se les propusiera ideas, proyectos, ambiciones. Mi convicción es que también esperan espiritualidad, valores, esperanza.

(...)

Francia necesita creer de nuevo que no va a sufrir el futuro, porque va a construirlo. Por eso necesita el testimonio de aquellos que, impulsados por una esperanza que les trasciende, todas las mañanas se ponen en camino para construir un mundo más justo y más generoso.

Esta mañana he ofrecido al Santo Padre dos ediciones originales de Bernanos. Permítanme concluir con Él: "el futuro es algo que se supera. No se sufre el futuro, se hace. (...). El optimismo es una falsa esperanza para uso de cobardes (...). La esperanza es una virtud, una determinación heroica del alma. La más alta forma de esperanza es la desesperanza superada". ¡Qué bien comprendo el gusto del Papa por ese gran escritor que es Bernanos!

Donde quiera que ustedes actúen, en los barrios, en las instituciones, cerca de los jóvenes, en el diálogo interreligioso, yo les apoyaré. Francia tiene necesidad de su generosidad, de su coraje, de su esperanza."




sábado, 21 de marzo de 2009

El partido de la cerveza




El partido de la cerveza.

Este gordito simpático es un actor cómico polaco llamado Janusz Rewinski. A principio de los años noventa en plena apertura política después de la caída del sistema soviético y la llegada a los países de Europa del Este de esta cosa rara que llamamos democracia, este hombre tuvo una propuesta política que es digna de llamar la atención. En la efervescencia de los incipientes partidos políticos polacos (los democráticos, pues, ya existía uno dominante con anterioridad) este actor funda el suyo, que tuvo relativo éxito. Funda el PPPP, por sus siglas en polaco (Polska Partia Przyjaciół Piwa) El partido de los amantes de la cerveza.

Este partido alcanzó en las elecciones legislativas de 1991 16 de los 460 escaños del parlamento llamado Sejm. Su propuesta era promover la cerveza en detrimento del vodka para combatir el alcoholismo. Este partido pronto tuvo serias diferencias al interior, entre los partidarios de la cerveza "grande" y "pequeña", a lo que Rewinski sale a declarar que "la cerveza no es rubia ni negra, es sabrosa". Al final, el movimiento desapareció y la gente se movió a otros partidos.

Véase la panza "chelera" del dirigente. Eso es congruencia, caray.

miércoles, 18 de marzo de 2009

Te dejo con tu vida


Hoy el Alex me hizo descubrir un poema que no conocía de Benedetti y que me fascinó. Como bien dice, lo valioso de la poesía es la sencillez, no tiene qué ser rebuscado para ser bello. Y la verdad, este texto me llegó. Aquí la comparto.

Chau número tres.

Te dejo con tu vida
tu trabajo
tu gente
con tus puestas de sol
y tus amaneceres.

Sembrando tu confianza
te dejo junto al mundo
derrotando imposibles
segura sin seguro.

Te dejo frente al mar
descifrándote sola
sin mi pregunta a ciegas
sin mi respuesta rota.

Te dejo sin mis dudas
pobres y malheridas
sin mis inmadureces
sin mi veteranía.

Pero tampoco creas
a pie juntillas todo
no creas nunca creas
este falso abandono.

Estaré donde menos
lo esperes
por ejemplo
en un árbol añoso
de oscuros cabeceos.

Estaré en un lejano
horizonte sin horas
en la huella del tacto
en tu sombra y mi sombra.

Estaré repartido
en cuatro o cinco pibes
de esos que vos mirás
y enseguida te siguen.

Y ojalá pueda estar
de tu sueño en la red
esperando tus ojos
y mirándote.

Si me permitira el atrevimiento don Mario, yo le daría mi propio final al poema: Quédate con tu vida, que al cabo hace mucho había dejado de ser la mía.

sábado, 14 de marzo de 2009

Las mujeres de Einstein




Yo no sé si ser genio lleva implícito cierto nivel de locura, de irracionalidad o de egoísmo. Me llama la atención el caso del físico más importante del siglo XX, Albert Eintein. Después del fracaso con su primera esposa, se casa con su prima, Maric. Pero, le deja claro en una célebre carta sus condiciones:

"A. Te encargarás de que:

1 mi ropa esté en orden,
2 que se me sirvan tres comidas regulares al día en mi habitación,
3 que mi dormitorio y mi estudio estén siempre en orden y que mi escritorio no sea tocado por nadie, excepto yo.


"B. Renunciarás a tus relaciones personales conmigo, excepto cuando éstas se requieran por apariencias sociales.

En especial no solicitarás que:

1 me siente junto a ti en casa,
2 que salga o viaje contigo.

"C. Prometerás explícitamente observar los siguientes puntos cuanto estés en contacto conmigo:

1 no deberás esperar ninguna muestra de afecto mía ni me reprocharás por ello,
2 deberás responder de inmediato cuando te hable,
3 deberás abandonar de inmediato el dormitorio o el estudio de inmediato y sin protestar cuanto te lo diga.


"D. Prometerás no denigrarme a los ojos de los niños, ya sea de palabra o de hecho".

Obvio, esa relación terminó en divorcio en algunos pocos años.