lunes, 4 de noviembre de 2013

A la luz de las preguntas últimas



La personalidad humana se forma a medida que madura un juicio sobre las experiencias que le toca vivir. Charles Péguy

En muchas ocasiones sucede que las experiencias propias parecen tan ajenas a los acontecimientos de los demás, que fácilmente nos sorprendemos con quienes encontramos coincidencias de nuestra propia vida. Y esto no es fortuito, ya que el acontecimiento de la existencia humana plantea las mismas inquietudes a cualquier persona, independientemente del tiempo o de la posición económica, cultural o social. El acontecimiento de mi existencia, de mis preguntas, de mis tristezas no son tan mías, sino que experimento la sensación de deseos infinitos que han sido impresos en el corazón de todo hombre. He sentido como algo mío lo que don Giussani expresa cuando afirma “la falta absoluta de proporción entre el objeto verdaderamente buscado y la capacidad humana de captura”, porque soy inconforme siempre, a veces observo a las personas que se encuentran a mi alrededor, personas de mi edad, que veo viven felices con lo que yo creo considero poca cosa y me veo a mí y a mi mar de inquietudes y me pregunto si no es que soy demasiado soberbio y ambicioso al aspirar a lo que de pronto me parece inalcanzable por la cantidad de obstáculos que se me presentan, o es que hay todavía “algo” que todavía no alcanzo a distinguir y que vendrá a saciar todo lo que aspiro.

Había pensando que no ha llegado aún algo lo suficientemente importante, que me haga experimentar la alegría. Como diría Thraherne, en nosotros hay un mundo de amor  hacia algo, aunque no sabemos qué podría ser ese algo. Esto último me recuerda a Platón, quien afirmaba que si el hombre gusta de lo bello, y nada saciaba este gusto, es que en algún lugar debería encontrarse la idea de belleza, y por algo la deseamos. Y si algo ha caracterizado a mi vida ha sido que he tenido la certeza de desear ese bien ausente y me he lanzado a esa búsqueda. Cuando era pequeño, pensaba mucho en el futuro, en mi profesión, soñaba con un ideal de familia. Visualizaba que habría “algo” que daría con el tiempo, significación a mi ser y mi hacer.

Con los años, llegó a mi vida la necesidad de afianzar mis ideas, necesitaba saciar mi sed intelectual y poder tener “opiniones”  propias, y ante la falta de una propuesta distinta, el Cristianismo se transformó en unos cuantos años en mi “ideología”, se reducía en mi vida a un simple pensar y actuar, mis acontecimientos no las veía desde la virtud sobrenatural de la fe, sino sólo como consecuencia de mi voluntad, había desfasado mi ser de mi hacer. Vivía mis compromisos de Cristiano como “deberes”, en el sentido kantiano del término, como una consecuencia lógica de mis ideas. Evidentemente este absurdo y dañino activismo me produjo una insatisfacción espiritual, una sed de infinito que mis múltiples actividades y apostolados no podían saciar, vivía con un Aguijón que me punza de tal modo que, descansando, más que nunca estaba [estoy] lejos de hallar paz y sosiego (G. Leopardi, Canto nocturno...) Parecía un muchacho feliz, que tenía todo lo que podía aspirar un joven de mi edad. Pero, ¡Me hastiaba toda esa seguridad! Absolutamente nada de lo que hacía me llenaba, estaban ahí latente las inquietudes; no había experimentado aún la alegría, en el sentido que le da C. S. Lewis, de “una sensación que invade de enorme dicha (enorme en el sentido etimológico, de enormis, e- fuera, norma - regla), que quienquiera que la haya experimentado, la deseará otra vez”. Vivía bárbaro del espíritu y nómada del corazón, como diría Chesterton. Buscaba una hormiga negra, en una piedra negra, en una noche negra... Viví un tiempo en los que me parecía que si continuaba suprimiendo estos deseos de alegría, echaría mi vida por la borda.

 Me topé con amigos con quienes he tenido una experiencia de Dios radicalmente distinta a la que hasta entonces conocía. A partir de este momento, mi razón que buscaba certezas tangibles, que ponía en el centro de mi realización personal mi propia voluntad, aceptó la primordialidad de la Gracia entendida como sumisión personal a la Providencia como requisito indispensable para vivir el acontecimiento Cristiano, a pesar de mis propias debilidades.

 También he topé con varios libros y autores que me han dado de qué pensar y ayudado en mi camino. Péguy, Chesterton, Bernanos, Balthasar, Luigi Giussani. Con don Giussani he descubierto que el deseo de mostrar lo razonable que es la fe proponiendo una pedagogía para vivir la experiencia cristiana desde dos factores: El anuncio de que Dios se ha hecho hombre y compañía histórica en nuestro caminar de hombres y lo segundo es la afirmación que Jesús de Nazaret está presente en un signo de concordia, de comunión, de comunidad, de unidad en la Iglesia, su cuerpo misterioso. Descubrí que mi vida no era un conjunto de varios problemas: el de la soledad, los económicos, los intelectuales, sino que había un sólo problema: El acontecimiento Cristiano en mi vida. Descubrí que Cristo no vino a resolver mi existencia, sino a ponerme en la postura adecuada, y que no era en sí misma mala esa crisis que vivía, sino que Dios permitió que yo experimentara ese dolor para poder entender que sólo si atiendo a la totalidad de mi realidad humana, en esa medida podré tener una apertura hacia esa alegría que, como desde un principio expuse, buscaba con todas las fuerzas.

Descubrí en don Giussani que lo terrible es que en esos momentos ese fenómeno que vivía, no me hacía a Cristo más cercano; no me cambiaba, no lo detenía por nada, no me hacía ser distinto. Podría pasar tres, cuatro años sin darme cuenta de la profundidad del misterio. Debía entender (cito textualmente a don Giussani) que mi sacrificio es parte del pequeño drama de mi historia (¡o grave drama!), para que se vuelva verdadero lo que sentía; era un hacer verdadero lo que sentía; era un querer para que se hiciera verdadero el querer, se hiciera verdadero el querer bien... No podía no sentir como un aguijón del Señor: Señor, ¿Qué quieres de mí? Con esto, ¿Qué quieres de mí? ¿Qué quieres decirme? Y la respuesta será siempre: Que sea verdadero lo que tu querías tomar, aferrar, poseer” Todo esto ha dejado en el fondo de mi corazón más motivos para la reflexión, me ha hecho ver que la alegría humana, sólo puedo obtenerla en la medida en que, como los niños, me sorprenda con el estupor que genere la realidad en mí, que me grita que lo que puedo experimentar en este momento no es nada comparado con quien me pueda dar la alegría que no tiene fin.

sábado, 10 de agosto de 2013

Estos días se ha hablado mucho de la influencia del Papa Francisco en twitter, así como de los números de la JMJ de Río. Creo que al tratar estos temas, el espíritu de Joaquím de Fiore está presente. Podríamos hacer un juicio mundano del papel de la Iglesia y de la evangelización. Considero un error pensar que por ser más "efectiva" la comunicación del Papa (en términos mediáticos), o por hacer eventos con grandes multitudes se expande el Reino de mejor manera. Como si el Reino fuera esta visión joaquinista de dominio cultural, o político de la Iglesia. Cristo dice que está presente donde 2 o más se reúnen en su nombre. Y está presente en la voz del Papa si tiene "influencia social" o si le habla a 2 o 3. Creo que este Papa sabe que su papel es más importante que ganarle el espacio a Obama, a Maduro o a otro líderes mundiales. Grandes teólogos como Balthasar alertan cuidado al hacer estos juicios. No importa si el Papa junta a más jóvenes en Copacabana que un cantante de rock o que una fiesta de fin de año. Importa que uno (¡uno solo!) de ellos fue tocado por el Espíritu. El reino de Dios no es influencia ni poder de la Iglesia. Es tener presente el amor de Cristo entre los hombres, aunque haya persecución, malos gobiernos o una cultura no cristiana. (Leer el discurso de Benedicto XVI ante los intelectuales franceses en el colegio de los Bernadinos en París).

sábado, 1 de junio de 2013

La Muerte de Marciano Capítulo Segundo El Circo Romano Poema de Juan Antonio Cavestany Marciano, mal cerradas la heridas que recibió ayer mismo en el tormento… presentóse en la arena, sostenido por dos esclavos; vacilante y trémulo. Causo impresión profunda su presencia; “¡Muera el cristiano, el incendiario, el pérfido!” Grito la multitud con un rugido por lo terrible, semejante al trueno; como si aquel insulto hubiera dado vida de pronto y fuerza al enfermo, Marciano al escucharlo, irguióse altivo, desprendióse del brazo de los siervos, alzo la frente, contemplo a la turba y con raro vigor, firme y sereno cruzando solo la sangrienta arena, llegó al pie mismo del estrado regio; puede decirse que el valor de un hombre, a más de ochenta mil impuso miedo, porque la turba al avanzar Marciano como asustada de él guardo silencio; llegando a todas partes sus palabras que resonaron en el circo entero: - César - Le dijo - Miente quien afirme que a Roma he sido yo quien prendió fuego, si eso me hace morir, muero inocente y lo juro ante Dios que me esta oyendo! Pero, si mi delito es ser cristiano, haces bien en matarme, porque es cierto: creo en Jesús y practico su doctrina y la prueba mejor de que en él creo, es que en lugar de odiarte: ¡té perdono! Y al morir por mi fe, muero contento -. No dijo más, tranquilo y reposado Acabó su discurso, al mismo tiempo que un enorme león saltaba al circo la rizada melena sacudiendo; avanzaron los dos, uno hacia el otro, él los brazos cruzados sobre el pecho, la fiera, echando fuego por los ojos, y la ancha boca, con delicia abriendo. Llegaron a encontrarse frente a frente se miraron los dos, y hubo un momento en que el león, turbado, parecía, cual si en presencia de un hombre tan sereno, rubor sintiera el indomable bruto, de atacarlo, mirándolo indefenso. Duro la escena muda, largo rato pero al cabo, del hijo del desierto la fiereza venció, lanzó un rugido, se arrastró lentamente por el suelo y de un salto cayo sobre su victima. En estruendoso aplauso rompió el pueblo…, brilló la sangre, se empapó la arena y aún de la lucha en el furor tremendo, Marciano con un grito de agonía: - Te perdono, Nerón - dijo de nuevo. Aquel grito fue el último; la zarpa del feroz animal cortó el aliento y allí acabo la lucha. Al poco rato ya no quedaba más de todo aquello que unos ropajes rotos y esparcidos sobre un cuerpo también roto y deshecho: una fiera bebiendo sangre humana y una plebe frenética aplaudiendo.