martes, 10 de agosto de 2010

La noche




“Me han dicho, dice Dios, que hay hombres que trabajan bien y duermen mal, que no duermen nada. ¡Qué falta de confianza en Mí!. Eso es casi más grave que si trabajasen mal y durmiesen bien porque la pereza es un pecado más pequeño que la inquietud, que la desesperación y que la falta de confianza en Mí.

Y sólo tú, noche, hija mía, consigues a veces del hombre rebelde que se entregue un poco a mí, que tienda un poco sus pobres miembros cansados sobre la cama y que tienda también su corazón dolorido y, sobre todo, que su cabeza no ande cavilando (que está siempre cavilando) y que sus ideas no anden dando vueltas como granos de calabaza o como un sonajero dentro de un pepino vacío. ¡Pobre hijo! No me gusta el hombre que no duerme y que arde en su cama de preocupación y de fiebre.

No me gusta el que al acostarse hace planes para el día siguiente, ¡el tonto! ¿Es que sabe él acaso cómo se presentará el día siguiente? ¿Sabe siquiera el color del tiempo que va a hacer? Haría mejor en rezar.

Porque yo no he negado nunca el pan de cada día al que se abandona en mis manos como el bastón en mano del caminante. Me gusta el que se abandona en mis brazos como el bebé que se ríe y que no se ocupa de nada y ve el mundo a través de los ojos de su madre y de su nodriza.

Pero el que se pone a hacer cavilaciones para el día de mañana, ése trabaja como un mercenario. Yo creo que quizá podríais sin grandes pérdidas dejar vuestros asuntos en mis manos, hombres sabios, porque quizá yo sea tan sabio como vosotros.

Yo creo que podríais despreocuparos durante una noche y que al día siguiente ni encontraríais vuestros asuntos demasiado estropeados; a lo mejor, incluso no los encontraríais mal, y hasta quizá los encontraríais algo mejor.

Yo creo que soy capaz de conducirlos un poquito... Por favor, sed como un hombre que no siempre está remando, sino que a veces se deja llevar por la corriente”...

Charles Péguy, "La Noche"
(El pórtico del misterio de la Segunda virtud)

lunes, 9 de agosto de 2010

Razón y realidad


Escribí un pequeño discurso para el día de la graduación de la universidad. A continuación lo comparto.


La llegada de un nuevo milenio ha significado al desarrollo de la humanidad importantes avances científicos, tecnológicos y sociales. Cada día hay nuevos descubrimientos en todos los campos del saber, especialmente en bioingeniería, ingeniería genética, en nuevas tecnologías. A consecuencia de ello, hoy gozamos de grandes avances en la prevención y terapia sanitaria, habiendo un aumento progresivo de la esperanza de vida. Hoy hay presencia en todos los ámbitos de la vida de los medios masivos de comunicación y de las nuevas tecnologías de la información que ha generado redes de distribución de información de ámbito mundial. Gracias a todo ello, el mundo vive una verdadera explosión cultural y nuevos patrones para las relaciones sociales.

Pero a pesar de ello, podemos observar otras realidades: También hoy hay mayores desigualdades de desarrollo entre los países del mundo, y los pobres son cada vez son más pobres. Se sigue apostando por un modelo económico insostenible que ha generado una escandalosa concentración de riqueza en unas pocas manos. Actualmente las 250 personas más ricas del mundo poseen la misma riqueza que el 40% más pobre de la población del planeta. Aumenta el desempleo y se ha dado una creciente emigración de población de los países más pobres y con conflictos hacia los países ricos, generando una sufrida población desarraigada y excluida. Hemos generado ciudades inhumanas, barrios donde vivimos encerrados y no conocemos al vecino. En los países desarrollados hay una notable baja de natalidad y un altísimo índice de separaciones y divorcios; la humanidad sufre de las amenazas que se ciernen sobre el medio ambiente; se multiplican los focos terroristas y poderes mafiosos en todo el mundo, fuerzas capaces de desafiar a cualquier país. Se da gran importancia al momento presente y al éxito fácil, se ha generado una cultura que valora más al "tener" sobre el "ser".

A pesar de los progresos aún sigue habiendo hambre, marginación, enfermedades, miserias. Se vive a costa de otros, se abusa del más débil, ¿quién podrá mostrarnos la verdadera humanidad?[1]

Este es el mundo que nos toca vivir, y estos son los retos de nuestra generación. No podemos permanecer indiferentes ante todo esto, y lo que hemos recibido en nuestra formación no puede quedarse para nuestros intereses individuales, por muy legítimos que sean. Como dijo Pablo VI y hoy es el lema de nuestra universidad, hay que saber más, para ser más. No se “es más” en cuanto más se posea. Se es más en cuanto más se comparte. Y en la generosidad se encuentra una fuente inagotable de bien, de verdad, de belleza. Decía Octavio Paz que “los males de nuestras sociedades tienen que ver con la libertad, la justicia y la fraternidad. El fondo del problema es haber convertido a la persona humana en una fabricación, sin auténtica libertad. La noción de persona ha desaparecido porque sin libertad no existe lo que llamamos persona”.[2]

El camino es la atención a la totalidad de las aspiraciones humanas y esta no la da por completo ni la ciencia ni la tecnología, tampoco modelo social o político alguno. Una respuesta válida la ofrece el actual Papa. Decía Benedicto XVI en aquel criticado e incomprendido discurso de Ratisbona en 2006:

El simple saber produce tristeza. Y, en efecto, quien sólo ve y percibe todo lo que sucede en el mundo acaba por entristecerse. Pero la verdad significa algo más que el saber (…) Nunca puede decirse que el camino del hombre se haya completado del todo y que el peligro de caer en la inhumanidad haya quedado totalmente descartado, como vemos en el panorama de la historia actual. Hoy, el peligro del mundo (…) es que el hombre, precisamente teniendo en cuenta la grandeza de su saber y de su poder, se rinda ante la cuestión de la verdad. (...) Sólo lo lograremos (superar) si la razón y la fe se reencuentran de un modo nuevo, si superamos la limitación que la razón se impone a sí misma de reducirse a lo que se puede verificar con la experimentación, y le volvemos a abrir sus horizonte en toda su amplitud”.[3]


Por tanto, el reto que plantea el Papa a la Universidad es a que sea realmente universitas, a que ensanche su actual concepto de razón, excesivamente estrecho. Es un llamado por apostar a una razón abierta a la totalidad de la realidad y a la fe, lo cual implica no caer en la “dictadura del relativismo” o en el caos del fundamentalismo o la violencia.


Esta respuesta no es una teoría, no es una ideología, es un encuentro personal. Tiene la pretensión de ser fundamento último de la realidad y sentido final de la historia. Ser consecuente con esto implica generar una cultura solidaria, optar por el bien de la humanidad, por la doctrina del amor en cada situación concreta. El reto que Benedicto XVI plantea a los universitarios consiste, pues, en descubrir la verdad última sobre la propia vida y sobre el fin de la historia. Textualmente dice: “Frente a los conflictos personales, la confusión moral y la fragmentación del conocimiento, los nobles fines de la formación académica y de la educación, fundados en la unidad de la verdad y en el servicio a la persona y a la comunidad, son un poderoso instrumento especial de esperanza”.[4]


Este es el camino. No hay otro. El gran literato inglés Chesterton decía que ya se han probado todos los errores, y es tiempo de la verdad. A nada ni a nadie más podemos recurrir. Sólo a quien, Pedro, el pescador de Galilea, le dijo: “Tú tienes palabras de vida[5].


[1] Otra humanidad, Gen Rosso

[2] Octavio Paz: Cultura Literaria y Teoría Crítica, cit.: 157-158

[3] del Santo Padre en la Universidad de Ratisbona, Alemania. Martes 12 de septiembre de 2006. Viaje Apostólico de SS Benedicto XVI a Munich, Altötting y Ratisbona, 9 – 14 de septiembre de 2006.

[4] Cfr. Encuentro con los educadores católicos, Discurso de Su Santidad Benedicto XVI en su viaje apostólico a los Estados Unidos de América y visita a la sede de la Organización de las Naciones Unidas. Salón de Conferencias de la Universidad Católica de América, Washington, D. C., 17 de abril de 2008.

[5] Jn 6, 68.