miércoles, 5 de julio de 2017

20 años de una presencia




Estos últimos días celebramos en comunidad los 20 años de la visita de Chiara a nuestro país. A pesar de la distancia en el tiempo y de que Chiara ya no esté con nosotros en vida, pudimos sentir que no estuvo ausente. No celebramos 20 años de que vino y se fue, celebramos 20 años de una presencia, de un cariño por nuestra gente, por un pueblo concreto que camina con Jesús en medio y que se toma en serio el carisma que la misma Chiara nos compartió. 

En lo personal me ha conmovido ver las imágenes de aquellos días en video (que no vi presencialmente) y hubo una frase de Chiara que me impactó y que he traído en la mente y en el corazón. Decía: “Nuestra espiritualidad es el amor”. Reunirnos las comunidades de distintas ciudades de México no fue sólo para tomarnos una foto, subirla a redes sociales y decir: ¡Miren cuántos somos! No, nos unimos para vivir el amor, ese fuego que es vivir en radicalidad el Evangelio. Una misión que no depende de nosotros, de nuestras pobres fuerzas, ni está sujeta (afortunadamente) a nuestras fallas. No, no es una misión voluntarista ni moralista. Es un afecto que no nace de nosotros, sino de quien nos da sentido a la vida y que nos hace ver la humanidad del otro con una mirada distinta. Nos hace encontrarnos y decir: ¡tú vives por lo mismo que yo, tienes el mismo ideal que yo! Vernos, aunque muchas veces no conozcamos el nombre de todos y tengamos que voltear a leerlo en el gafette, aunque sólo hayamos compartido una sonrisa o en alguna ocasión una palabra, pero sabiendo que pertenecemos a Jesús en un mismo camino. Podemos decir que queremos vivir el amor, amando. Que encontramos verdaderamente a Jesús abandonado en el rostro y el drama de la vida de esta compañía y que nos sentimos confiados de que nuestra vida y nuestra humanidad puede ser acogida por estos amigos. Porque Jesús en nosotros no es una idea, ¡es una carne concreta que se me presenta en estos rostros e historias concretas! Son hombres y mujeres que como yo, tendrán problemas, dificultades, tentaciones y también pecados. Pero que nos sabemos amados y que estamos llamados a vivir ese amor que nos salva. 


En lo personal, estoy agradecido por haber tenido la oportunidad de dialogar con Piero Coda en el evento en LaSalle por los 20 años del doctorado honoris causa a Chiara. Inmerecida oportunidad. En Piero encontré a alguien fascinado por el carisma. Con esa misma mirada, con ese mismo entusiasmo y esa misma pasión con la que habla del ideal de la unidad, lo imaginaba escuchando a Chiara. El centro de su mensaje es una propuesta cultural que provoca una verdadera revolución donde es necesario implicar por completo la vida. Le dije al final que lo que nos ha propuesto ha sido donándose por completo a nosotros y que pedía a Dios saber acoger ese don. 


Y por último, fueron días de voltear a ver a la morenita. Le rezamos juntos a la Virgen del Tepeyac, nos consagramos a ella. Chiara nos pidió verla, para comprender la misión de nuestro pueblo que sufre y que clama justicia. Somos un movimiento que no quiere ser autorreferenciado, que entendemos la misión a la que nos llama Francisco de salir de nuestros espacios e ir a las periferias de hoy. Sabemos que sólo se construye el mundo unido si vamos a las heridas de los hombres y mujeres que están en nuestras ciudades. Volteamos a la mirada de la Virgen, que nos cura con ternura porque sabemos que es nuestra madre y nos quiere hacer sentir que no estamos solos, que podemos caminar confiados porque ella quiso quedarse con nosotros y nos llama a vivir en el amor. Amor que nace de su hijo, amor que es nuestra vocación.