sábado, 30 de octubre de 2010

Dijo de mí

Estoy cayendo en la cuenta que no he hablado en este espacio sobre Alberto Cortez, lo cuál es imperdonable. Compartiré dos videos que alguien subió al youtube de dos canciones que mucho me gustan y que me llegan directo al corazón por distintas circunstancias de mi vida. Y como no es la intención de este post ni de este blog el platicar mis problemas amorosos, dejaré la narración de ambas anécdotas para mejor ocasión y espacio.

Sólo un par de veces he charlado con don Alberto. Esta última ocasión, lo pasamos a saludar mi amigo Genaro Amador y yo, Genaro es muy amigo de Alberto. Después de las bromas por mi léxico hacia mi amigo Gerardo, le comenté cómo me han acompañado algunas de sus letras a lo largo de mi vida. Desde los 14, 15 años que lo escucho, y siempre lo he referido para expresar algún sentimiento. Hacia el amor, o también hacia Dios, la vida, la amistad. La búsqueda de la verdad y de la belleza siempre se encuentran, cuando se es sincero y se tiene el corazón dispuesto.




DIJO DE MI


Dijo de mí
que entibió mi lecho,
helado de ausencia,
vacante y maltrecho.
Dijo de mí
que no dije nada,
cuando en un impulso
me instaló en su alma.


Pero nunca dijo
que buscaba amparo,
cuando derrumbada
por un desengaño
encontró refugio
en mis pobres brazos
y empapó mi pecho
con su largo llanto.

Pero nunca dijo
que llegó penando,
que sus orfandades
se fueron poblando
de ilusiones nuevas,
y de un nuevo canto
que desvanecieron
antiguos quebrantos.

Dijo de mí
que no la miraba,
como si ella fuera
poco más que nada.
Dijo de mí
que era inconsecuente
parco y taciturno,
cruel e indiferente.

Pero nunca dijo
que invadió mi casa,
profanando cosas
que me son amadas,
mis queridos libros
y entre mis marañas,
liberando historias
que me son amargas.

Por airearlo todo
abrió las ventanas
y dejó que huyeran
dos o tres infamias
que mis soledades
tenían guardadas
donde nunca nadie
pudiera encontrarlas.



Dijo de mí
que la malquería
y no se dio cuenta,
¡ lo que yo sentía !
Nunca creí
que me abandonara,
como se abandona
lo que no se ama.

Cuando abrió la puerta
me quedé pasmado,
como sin conciencia,
descorazonado.
La miré a los ojos
casi suplicando
y a pesar de todo
no tendí mis brazos.

Se alejó en silencio
y en aquel espacio
me quedé tan solo
como un solitario.
Con el alma rota
en cien mil pedazos
me miré al espejo
y me hallé llorando.

Letra: Alberto Cortez

Música: Alberto Cortez



CUANDO VUELVA A VERTE


Cuando vuelva a verte
me ataré a tus brazos
para convencerte,
que no estoy de paso.

Ando de distancia,
pero no de ausencia,
ando con el alma
llena de tu esencia.

Cuando vuelva a verte
ya la primavera
andará jugando
sobre la pradera.

Coloreando el campo
de color gramilla,
convocando el canto
de las abubillas.


Cuando vuelva a verte
me daré permiso
para recorrerte
lo que sea preciso.

Me sabrán a poco
mis pasiones brunas.
En tus glaucos ojos
andará la luna.
Cuando vuelva a verte
te traeré noticias:
como he sido huésped
de mis avaricias,

de mis espejismos,
de mis ilusiones,
y hasta del abismo
de mis decepciones.

Cuando vuelva a verte,
de alguna manera
voy a reponerte
todas las esperas.

Estaré contigo
hasta mecerte.
Colgaré el abrigo
cuando vuelva a verte.

Letra: Alberto Cortez

Música: Alberto Cortez

domingo, 10 de octubre de 2010

El demonio ofrece poder a Jesús


Me detengo en un pasaje del bellísimo texto de Benedicto XVI, "Jesús de Nazaret". En su reflexión sobre el pasaje evangélico de las tentaciones en el desierto, el Papa deja claro que es propio del demonio ofrecer el poder terrenal como aspiración ilusoria, como fin en sí mismo. Se equivoca quien reduce la misión salvadora de Cristo a un reino temporal, su reino no es de este mundo, porque “en la lucha contra Satanás ha vencido Jesús: frente a la divinización fraudulenta del poder y del bienestar, frente a la promesa mentirosa de un futuro que, a través del poder y la economía, garantiza todo a todos, El contrapone la naturaleza divina de Dios, Dios como auténtico bien del hombre”.

¿Cuántas veces no hemos confundido al Reino de Dios con formas de poder, culturales o económicas? Es falso que sea el reino de Cristo cuando gobierna determinado partido, cuando se vive cierta moral, o cuando haya determinados criterios económicos o sociales. No. Se equivocaron los seguidores de Jesús que creían que el Mesías vendría a liberarlos de un imperio ciertamente opresor. La liberación que ofrece Jesús es más radical: Una liberación del pecado y de la muerte.

Y por lo tanto, está siempre la tentación (la misma que ofrece el demonio al Señor) de querer construir un “Reinado social de Cristo”, que poco de cristiano tiene, al optar por el poder, y sí mucho de reduccionismo ideológico. La política no salva. Los acto de poder no redimen. El reino de Dios, dice el mismo Benedicto XVI en este libro, es la misma persona de Jesús. Dios mismo, que toma nuestra carne y nos redime. Leamos al Papa:


“El diablo conduce al Señor en una visión a un monte alto. Le muestra todos los reinos de la tierra y su esplendor, y le ofrece dominar sobre el mundo. ¿No es justamente ésta la misión del Mesías? ¿No debe ser Él precisamente el rey del mundo que reúne toda la tierra en un gran reino de paz y bienestar?

El Señor resucitado reúne a los suyos <> (cf. Mt. 28, 16) y dice: <> (28, 18). Aquí hay dos aspectos nuevos y diferentes: el Señor tiene poder en el cielo y en la tierra. Y sólo quien tiene todo este poder posee el auténtico poder, el poder salvador. Sin el cielo, el poder terreno queda siempre ambiguo y frágil. Sólo el poder que se pone bajo el criterio y el juicio del cielo, es decir, de Dios, puede ser un poder para el bien. Y sólo el poder que está bajo la bendición de Dios puede ser digno de confianza.

Pero volvamos a la tentación. Su auténtico contenido se hace visible cuando constatamos cómo va adoptando siempre nuevas formas a lo largo de la historia. En el curso de los siglos, bajo distintas formas, ha existido esta tentación de asegurar la fe a través del poder, y la fe ha corrido siempre el riesgo de ser sofocada precisamente por el abrazo del poder. La lucha por la libertad de la Iglesia, la lucha para que el reino de Jesús no pueda ser identificado con ninguna estructura política, hay que librarla en todos los siglos. En efecto, la fusión entre fe y poder político siempre tiene un precio: la fe se pone al servicio del poder y debe doblegarse a sus criterios.

El tentador no es tan burdo como para proponernos directamente adorar al diablo. Sólo nos propone decidirnos por lo racional, preferir un mundo planificado y organizado, en el que Dios puede ocupar un lugar, pero como asunto privado, sin interferir en nuestros propósitos esenciales.

Por tanto, la tercera tentación de Jesús resulta ser la tentación fundamental, se refiere a la pregunta sobre qué debe hacer un salvador del mundo. Ésta se plantea durante todo el transcurso de la vida de Jesús. Aparece abiertamente de nuevo en uno de los momentos decisivos de su camino. Pedro ya había pronunciado en nombre de los discípulos su confesión de fe en Jesús Mesías-Cristo, el Hijo de Dios vivo, y con ello formula esa fe en la que se basa la Iglesia y que crea la nueva comunidad de fe fundada en Cristo. Pero precisamente en este momento crucial, en el que frente a la <> se manifiesta el conocimiento diferenciador y decisivo de Jesús, y comienza así a formarse una nueva familia, he aquí que se presenta el tentador, el peligro de ponerlo todo al revés. El Señor explica inmediatamente que el concepto de Mesías debe entenderse desde la totalidad del mensaje profético: no significa poder mundano, sino la cruz y la nueva comunidad completamente diversa que nace de la cruz.

Pero Pedro no lo había entendido en estos términos: <>: “!No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte”>>. Sólo leyendo estas palabras sobre el trasfondo el relato de las tentaciones, como su reaparición en el momento decisivo, entenderemos la respuesta increíblemente dura de Jesús: <> (Mt. 16, 22s).

Interpretar el cristianismo como una receta para el progreso y reconocer el bienestar común como la auténtica finalidad de todas las religiones, también de la cristiana, es la nueva forma de la misma tentación.

Pero Jesús nos dice también lo que objetó a Satanás, lo que dijo a Pedro y lo que explicó de nuevo a los discípulos de Emaús: ningún reino de este mundo es el Reino de Dios, ninguno asegura la salvación de la humanidad en absoluto. El reino humano permanece humano, y el que afirme que puede edificar el mundo según el engaño de Satanás, hace caer el mundo en sus manos.

Surge la gran pregunta: ¿qué ha traído Jesús realmente al mundo? La respuesta es muy sencilla: a Dios. Ha traído a Dios. Ahora conocemos su rostro, ahora podemos invocarlo. Ahora conocemos el camino que debemos seguir como hombres en este mundo. Jesús ha traído a Dios y, con Él, la verdad sobre nuestro origen y nuestro destino; la fe, la esperanza y el amor. Sólo nuestra dureza de corazón nos hace pensar que esto es poco. Sí, el poder de Dios en este mundo es un poder silencioso, pero constituye el poder verdadero, duradero. La causa de Dios parece estar siempre como en agonía. Sin embargo, se demuestra siempre como lo que verdaderamente permanece y salva. Los reinos de la tierra, que Satanás puso en su momento ante el Señor, se han ido derrumbando todos. Su gloria ha resultado ser apariencia. Pero la gloria de su amor, no ha desaparecido ni desaparecerá.

En la lucha contra Satanás ha vencido Jesús: frente a la divinización fraudulenta del poder y del bienestar, frente a la promesa mentirosa de un futuro que, a través del poder y la economía, garantiza todo a todos, Él contrapone la naturaleza divina de Dios, Dios como auténtico bien del hombre. Frente a la invitación a adorar el poder, el Señor pronuncia unas palabras del Deuteronomio, el mismo libro que había citado también el diablo: <> (Mt. 4, 10; cf. Dt. 6, 13). El precepto fundamental de Israel es también el principal precepto para los cristianos: adorar sólo a Dios. Como Marcos, también Mateo concluye el relato de las tentaciones con las palabras: <> (Mt. 4, 11; Mc. 1, 13)”.

martes, 10 de agosto de 2010

La noche




“Me han dicho, dice Dios, que hay hombres que trabajan bien y duermen mal, que no duermen nada. ¡Qué falta de confianza en Mí!. Eso es casi más grave que si trabajasen mal y durmiesen bien porque la pereza es un pecado más pequeño que la inquietud, que la desesperación y que la falta de confianza en Mí.

Y sólo tú, noche, hija mía, consigues a veces del hombre rebelde que se entregue un poco a mí, que tienda un poco sus pobres miembros cansados sobre la cama y que tienda también su corazón dolorido y, sobre todo, que su cabeza no ande cavilando (que está siempre cavilando) y que sus ideas no anden dando vueltas como granos de calabaza o como un sonajero dentro de un pepino vacío. ¡Pobre hijo! No me gusta el hombre que no duerme y que arde en su cama de preocupación y de fiebre.

No me gusta el que al acostarse hace planes para el día siguiente, ¡el tonto! ¿Es que sabe él acaso cómo se presentará el día siguiente? ¿Sabe siquiera el color del tiempo que va a hacer? Haría mejor en rezar.

Porque yo no he negado nunca el pan de cada día al que se abandona en mis manos como el bastón en mano del caminante. Me gusta el que se abandona en mis brazos como el bebé que se ríe y que no se ocupa de nada y ve el mundo a través de los ojos de su madre y de su nodriza.

Pero el que se pone a hacer cavilaciones para el día de mañana, ése trabaja como un mercenario. Yo creo que quizá podríais sin grandes pérdidas dejar vuestros asuntos en mis manos, hombres sabios, porque quizá yo sea tan sabio como vosotros.

Yo creo que podríais despreocuparos durante una noche y que al día siguiente ni encontraríais vuestros asuntos demasiado estropeados; a lo mejor, incluso no los encontraríais mal, y hasta quizá los encontraríais algo mejor.

Yo creo que soy capaz de conducirlos un poquito... Por favor, sed como un hombre que no siempre está remando, sino que a veces se deja llevar por la corriente”...

Charles Péguy, "La Noche"
(El pórtico del misterio de la Segunda virtud)

lunes, 9 de agosto de 2010

Razón y realidad


Escribí un pequeño discurso para el día de la graduación de la universidad. A continuación lo comparto.


La llegada de un nuevo milenio ha significado al desarrollo de la humanidad importantes avances científicos, tecnológicos y sociales. Cada día hay nuevos descubrimientos en todos los campos del saber, especialmente en bioingeniería, ingeniería genética, en nuevas tecnologías. A consecuencia de ello, hoy gozamos de grandes avances en la prevención y terapia sanitaria, habiendo un aumento progresivo de la esperanza de vida. Hoy hay presencia en todos los ámbitos de la vida de los medios masivos de comunicación y de las nuevas tecnologías de la información que ha generado redes de distribución de información de ámbito mundial. Gracias a todo ello, el mundo vive una verdadera explosión cultural y nuevos patrones para las relaciones sociales.

Pero a pesar de ello, podemos observar otras realidades: También hoy hay mayores desigualdades de desarrollo entre los países del mundo, y los pobres son cada vez son más pobres. Se sigue apostando por un modelo económico insostenible que ha generado una escandalosa concentración de riqueza en unas pocas manos. Actualmente las 250 personas más ricas del mundo poseen la misma riqueza que el 40% más pobre de la población del planeta. Aumenta el desempleo y se ha dado una creciente emigración de población de los países más pobres y con conflictos hacia los países ricos, generando una sufrida población desarraigada y excluida. Hemos generado ciudades inhumanas, barrios donde vivimos encerrados y no conocemos al vecino. En los países desarrollados hay una notable baja de natalidad y un altísimo índice de separaciones y divorcios; la humanidad sufre de las amenazas que se ciernen sobre el medio ambiente; se multiplican los focos terroristas y poderes mafiosos en todo el mundo, fuerzas capaces de desafiar a cualquier país. Se da gran importancia al momento presente y al éxito fácil, se ha generado una cultura que valora más al "tener" sobre el "ser".

A pesar de los progresos aún sigue habiendo hambre, marginación, enfermedades, miserias. Se vive a costa de otros, se abusa del más débil, ¿quién podrá mostrarnos la verdadera humanidad?[1]

Este es el mundo que nos toca vivir, y estos son los retos de nuestra generación. No podemos permanecer indiferentes ante todo esto, y lo que hemos recibido en nuestra formación no puede quedarse para nuestros intereses individuales, por muy legítimos que sean. Como dijo Pablo VI y hoy es el lema de nuestra universidad, hay que saber más, para ser más. No se “es más” en cuanto más se posea. Se es más en cuanto más se comparte. Y en la generosidad se encuentra una fuente inagotable de bien, de verdad, de belleza. Decía Octavio Paz que “los males de nuestras sociedades tienen que ver con la libertad, la justicia y la fraternidad. El fondo del problema es haber convertido a la persona humana en una fabricación, sin auténtica libertad. La noción de persona ha desaparecido porque sin libertad no existe lo que llamamos persona”.[2]

El camino es la atención a la totalidad de las aspiraciones humanas y esta no la da por completo ni la ciencia ni la tecnología, tampoco modelo social o político alguno. Una respuesta válida la ofrece el actual Papa. Decía Benedicto XVI en aquel criticado e incomprendido discurso de Ratisbona en 2006:

El simple saber produce tristeza. Y, en efecto, quien sólo ve y percibe todo lo que sucede en el mundo acaba por entristecerse. Pero la verdad significa algo más que el saber (…) Nunca puede decirse que el camino del hombre se haya completado del todo y que el peligro de caer en la inhumanidad haya quedado totalmente descartado, como vemos en el panorama de la historia actual. Hoy, el peligro del mundo (…) es que el hombre, precisamente teniendo en cuenta la grandeza de su saber y de su poder, se rinda ante la cuestión de la verdad. (...) Sólo lo lograremos (superar) si la razón y la fe se reencuentran de un modo nuevo, si superamos la limitación que la razón se impone a sí misma de reducirse a lo que se puede verificar con la experimentación, y le volvemos a abrir sus horizonte en toda su amplitud”.[3]


Por tanto, el reto que plantea el Papa a la Universidad es a que sea realmente universitas, a que ensanche su actual concepto de razón, excesivamente estrecho. Es un llamado por apostar a una razón abierta a la totalidad de la realidad y a la fe, lo cual implica no caer en la “dictadura del relativismo” o en el caos del fundamentalismo o la violencia.


Esta respuesta no es una teoría, no es una ideología, es un encuentro personal. Tiene la pretensión de ser fundamento último de la realidad y sentido final de la historia. Ser consecuente con esto implica generar una cultura solidaria, optar por el bien de la humanidad, por la doctrina del amor en cada situación concreta. El reto que Benedicto XVI plantea a los universitarios consiste, pues, en descubrir la verdad última sobre la propia vida y sobre el fin de la historia. Textualmente dice: “Frente a los conflictos personales, la confusión moral y la fragmentación del conocimiento, los nobles fines de la formación académica y de la educación, fundados en la unidad de la verdad y en el servicio a la persona y a la comunidad, son un poderoso instrumento especial de esperanza”.[4]


Este es el camino. No hay otro. El gran literato inglés Chesterton decía que ya se han probado todos los errores, y es tiempo de la verdad. A nada ni a nadie más podemos recurrir. Sólo a quien, Pedro, el pescador de Galilea, le dijo: “Tú tienes palabras de vida[5].


[1] Otra humanidad, Gen Rosso

[2] Octavio Paz: Cultura Literaria y Teoría Crítica, cit.: 157-158

[3] del Santo Padre en la Universidad de Ratisbona, Alemania. Martes 12 de septiembre de 2006. Viaje Apostólico de SS Benedicto XVI a Munich, Altötting y Ratisbona, 9 – 14 de septiembre de 2006.

[4] Cfr. Encuentro con los educadores católicos, Discurso de Su Santidad Benedicto XVI en su viaje apostólico a los Estados Unidos de América y visita a la sede de la Organización de las Naciones Unidas. Salón de Conferencias de la Universidad Católica de América, Washington, D. C., 17 de abril de 2008.

[5] Jn 6, 68.

jueves, 22 de julio de 2010

Donald en el país de las matemáticas

Filosofía. Matemáticas. Música. El deseo de armonía, de verdad, de belleza. Bien decía Eco que todo se ha tratado ya desde los presocráticos. Hoy quiero compartir la caricatura de Disney sobre Donald en su trato con los pitagóricos. Está hecho en Tecnicolor. Áltamente educativo. Está dividido en 6 partes, vale la pena verse. Invito. (Ya escribo como el Carbonell, por Dios).












lunes, 19 de julio de 2010

Búsqueda y Encuentro


Yo pienso a veces que este afán de autonomía de la civilización occidental, que ha roto todo vínculo del hombre con Dios, ha generado que los hombres de estos tiempos se sientan alejados y que no crean que Dios haya podido optar por la cercanía con su creatura. Así, la encarnación pareciera una pretensión irracional. ¿Cómo es posible que Dios se quede entre nosotros?

Don Giussani, un hombre santo de nuestra época, afirma que todas nuestras certezas en la vida sólo pueden tener sustento en este hecho irrefutable: ¡Dios ha roto cualquier distancia! Por eso mismo, me da tristeza quien dice que busca a Dios y no lo encuentra. ¡No es que Dios no te hable, es que estás distraido! Si Dios está loco de amor por sus hijos, ¡nos lo ha dado todo! ¿Cómo puede concebirse que un Dios que se entrega a la muerte y la vence para redimirnos, al mismo tiempo sea iracundo, justiciero, castigador, legalista o caprichoso? ¡Si es infinito amor!

Nunca se ha ocultado, ni se ha alejado de nosotros. Es absurdo que aquel que dijo: "Yo estaré con ustedes hasta el fin de los tiempos" se pierda en el silencio o que rompa esta promesa por cualquier acción humana. Aunque el hombre no sea fiel, Dios sí lo es a su palabra.

Por ello, como decía Juan Pablo II, no hay qué tener miedo. Dios sale siempre a nuestro encuentro, tal como aparece un día bello, dijera Péguy. No se cansa de buscarnos. El asunto es estar atentos y tener el corazón dispuesto. No es un salto al vacío, como alguien decía. Es corresponder a un amor que nos supera.

Por todo ello, el Cristianismo no es una cultura, no es una filosofía, no es una moral. No es cierto orden social. No. Es un encuentro. Un encuentro con alguien. Con alguien que tiene palabras de vida. Que permanece, que está presente en este pueblo, reunido en su nombre.

Alguien que narra su "distracción" en las cosas del mundo buscando lo verdadero, es San Agustín en sus confesiones. Busca en las cosas materiales aquello que sea significativo para su vida, pero todo le grita que ahí no encuentra paz su alma. Dice el Obispo de Hipona que sólo hasta que vuelve a sí mismo, descubre la voz de Dios. Esa voz que siempre le había llamado. Comparto parte de esa narración bellísima.

La búsqueda de Dios

(Confesiones, X, 6)

Señor, te amo con conciencia cierta, no dudosa. Heriste mi corazón con tu palabra y te amé. Pero también el cielo, y la tierra, y todo lo que en ellos se contiene, me dicen por todas partes que te ame. No cesan de decírselo a todos, de modo que son inexcusables (cfr. Rm 1, 20) (…).

¿Y qué es lo que amo, cuando te amo? No la belleza del cuerpo ni la hermosura del tiempo; no la blancura de la luz, que es tan amable a los ojos terrenos; no las dulces melodías de toda clase de música, ni la fragancia de las flores, de los ungüentos y de los aromas; no la dulzura del maná y de la miel; no los miembros gratos a los abrazos de la carne. Nada de esto amo, cuando amo a mi Dios. Y, sin embargo, amo cierta luz, y cierta voz, y cierta fragancia, y cierto alimento, y cierto abrazo, cuando amo a mi Dios, que es luz, voz, fragancia, alimento y abrazo de mi hombre interior allá donde resplandece ante mi alma lo que no cabe en un lugar, donde resuena lo que no se lleva el tiempo, donde se percibe el aroma de lo que no viene con el aliento, donde se saborea lo que no se consume comiendo donde se adhiere lo que la saciedad no separa. Esto es lo que amo, cuando amo a mi Dios.

Pero, ¿qué es entonces Dios? Pregunté a la tierra, y me respondió: «No soy yo»; y todas las cosas que hay en ella me contestaron lo mismo. Pregunté al mar, y a los abismos, y a los reptiles de alma viva, y me respondieron: «No somos tu Dios; búscale sobre nosotros». Interrogué a los aires que respiramos, y el aire todo, con sus moradores, me dijo: «Se engaña Anaxímenes: yo no soy tu Dios». Pregunté al cielo, al sol, a la luna y a las estrellas, que me respondieron: «Tampoco somos nosotros tu Dios». Dije entonces a todas las realidades que están fuera de mí: ¡Decidme algo de mi Dios, ya que vosotras no lo sois; decidme algo de Él! Y todas exclamaron con gran voz: «Él nos ha hecho». Mi pregunta era mi mirada, y su respuesta su aspecto sensible.

Entonces me dirigí a mí mismo, y me dije: «¿Tú quién eres»; y me respondí: «Un hombre». En mí hay un cuerpo y un alma; la una es interior, el otro exterior. ¿Por cuál de éstos debía buscar a mi Dios, si ya le había buscado por los cuerpos, desde la tierra al cielo, a los que pude dirigir mis miradas? Mejor, sin duda, es el elemento interior, porque a él—como a presidente y juez—transmiten sus noticias todos los mensajeros corporales, las respuestas del cielo, de la tierra y de todo lo que en ellos se contiene, cuando dicen «No somos Dios» y «Él nos ha hecho». El hombre interior es quien conoce estas cosas por ministerio del hombre exterior. Yo, interior, conozco estas cosas; yo, yo alma, conozco por medio de los sentidos corporales (…).

Pero ¿no se muestra esta hermosura a cuantos tienen completo el sentido? ¿Por qué, pues, no habla lo mismo a todos? En efecto, los animales pequeños y grandes la ven, pero no pueden interrogarla porque no tienen razón que juzgue sobre lo que le anuncian los sentidos. Los hombres, en cambio, pueden hacerlo, porque son capaces de percibir, por las cosas visibles, las cosas invisibles de Dios (cfr. Rm 1, 20); pero se hacen esclavos de ellas por el amor y, una vez esclavos, ya no son capaces de juzgar. Las cosas creadas no responden a los que simplemente interrogan, sino a los que juzgan; no cambian de voz, es decir, de aspecto, si uno ve solamente y otro, además de ver, interroga, de modo que aparezca a uno de una manera y a otro de otro; sino que, mostrándose a los dos, es muda para uno y en cambio habla al otro. O mejor dicho, habla a todos, pero entienden sólo los que confrontan su voz, recibida de fuera, con la verdad interior.

San Agustín

viernes, 28 de mayo de 2010

Sic transit gloria mundi




Hoy me entero con pesar del fallecimiento de Gary Coleman, aquel simpático niño que protagonizó la serie "Blanco y negro" en los años 80's. Una serie de eventos "desafortunados" llevó a este pobre muchacho de ser la gran estrella de la televisión, ganando setenta mil dólares por capítulo, a candidato a gobernador en California, demandó a sus padres por el despojo de su fortuna, cayó en la cárcel por golpear a su mujer, en los últimos años era agente de seguridad en el park palisades mall de Santa Monica y a los 42 años de edad, muere.


Unos diez años antes murió Dana Plato, su compañera en aquella mítica serie. De actriz decadente, se volvió cocainómana, actriz de películas para adultos y de una sobredosis murió en su casa rodante a los 34 años de edad.

Recuerdo que todas las tardes pasaba por televisión esta serie y no nos la perdíamos. Era la historia de un hombre millonario de Nueva York (que tenía un ático en Park Avenue) que acoge a un par de hermanos de raza negra interpretados por Coleman y por Todd Briggs (que después se vio involucrado en drogas y en algún homicidio) y viven en familia junto a Kimberly, la niña encantadora que interpretó Dana Plato.

Uno no podría imaginarse que detrás de la simpatía de esos actores, los diálogos afectivos, las bromas, se encontrarían vidas tan conflictivas y llenas de dolor. Al pensar en la farándula, se cree que se vive en el oropel, las fiestas, la diversión y todo ello hace ver a quienes los contemplan en TV o en el cine que los artistas llevan una vida feliz. Pero este es el caso en que no. Ni el dinero, ni el placer extremo, o las diversiones sin límite son la felicidad. Por ello, no deben ser la meta de la vida.

lunes, 24 de mayo de 2010

¿Dónde están los sueños que te había confiado?


La lectura de Julien Green, sus novelas y su diario, me han dado mucho a la reflexión. Al igual que se lee la vida de los santos, tiene mucha riquezas explorar lo que hay al interior del alma de las personas, ese íntimo espacio donde habla Dios y que la misma psicología es incapaz de descifrar.

En su diario narra su encuentro con la Gracia y con el pecado, y su propia experiencia de búsqueda de la verdad, la belleza y el bien en su propia vida. Del diario (citado por Charles Moeller en su estupenda colección "Cristianismo y literatura en el S. XX") me gustaría ir compartiendo algunos pasajes que me parecen súmamente enriquecedores.

El texto que comparto, escrito el 11 de mayo de 1942, lo saco a colación en estos días que he podido reencontrarme con mis amigos de la infancia y adolescencia.

11 de mayo de 1942.

"Hete aquí, pues, cerca de los cuarenta y dos años... ¿Qué pensaría de ti el muchacho que eras a los dieciséis, si pudiera juzgarte? ¿Qué diría de eso que has llegado a hacer? ¿Hubiera simplemente consentido en vivir para verse transformado así? ¿Acaso valía la pena? ¿Qué secretas esperanzas no has decepcionado, de las que ni siquiera te acuerdas? Sería extraordinariamente interesante, aunque triste, poder enfrentar a estos dos seres, de los que uno prometía tanto y el otro ha cumplido tan poco. Me figuro al más joven apostrofando al mayor sin indulgencia: "Me has engañado, me has robado. ¿Dónde están todos los sueños que te había confiado? ¿Qué has hecho de toda la riqueza que tan locamente puse en tus manos? Yo respondía de ti, había prometido por ti. Has hecho bancarrota. Más me hubiera valido marcharme con todo lo que aún poseía, y que también has dilapidado. No te admiro, sino al contrario". ¿Y qué diría el mayor para defenderse? Hablaría de experiencia adquirida, de su reputación, buscaría febrilmente en sus bolsillos, en los cajones de su mesa, algo para justificarse. Pero se defendería mal, y creo que se avergonzaría". (Journal III, 214-215)

A mí me da mucho pena recordar cómo era yo de muy joven. A los quince años, pienso que era un chiquillo insoportable. De los dieciséis a los dieciocho era soberbio, engreido, petulante. Creía que el mundo era una manzana, tenía ambiciones y me creía el cuento de que lo más importante era tener una voluntad de acero, conquistadora, intrépida, sin miedos, a prueba de cualquier eventualidad. Pero al mismo tiempo era reflejo de una inestabilidad que se mostraba queriendo afianzar modelos éticos. Yo hoy diría al contrario que Green, que me avergüenzo de lo que fui de chico. Quizás como a todos nos ocurre, me equivoqué y algo habré aprendido.

No soy, ni de lejos, lo que hace veinte, o quince años hubiera querido. Si como en aquella película de Bruce Willys me topara conmigo mismo en otra etapa de mi vida, o como lo plantea Green tuviera ese "enfrentamiento", me aconsejaría no confiar en aquellos que tenían discursos incendiarios y voluntaristas, que leyera más y dejara de lado el activismo, que no tuviera miedo a encontrarme lo que había dentro de mi corazón, que rezara y amara más y que me exigiera menos. Y lo más seguro es que no me hubiera escuchado.

miércoles, 19 de mayo de 2010

En el reino de la infancia


Hace unos visité al padre Ricardo en Granada y me regaló un libro que escribió sobre la formación del laico (Aldana S. de J. Ricardo, Formación del laico: Verdad y misión, Fundación Maior, Madrid). De ahí comparto un bellísimo poema que cita y que yo no conocía de la autoría de Charles Péguy. Es un extracto de "Ballade du coeur que a tant battu", donde muestra su amor por las virtudes cristianas.

Una lectura simplista de esta obra de Péguy, pareciera que por valorar lo sobrenatural en el hombre, hay un desprecio a lo humano y a su esfuerzo. Nada más fuera de la realidad. Siguiendo la tradición cristiana, a san Agustín y a santo Tomás, muestra el poeta la acción de Dios en el hombre y que no demerita en lo absoluto los esfuerzos humanos por alcanzar lo que llamamos virtudes cardinales: Justicia, prudencia, fortaleza y templaza. Pero, por más esfuerzos y virtudes cardinales hubiese, al hombre no le alcanza con ello para su propia salvación. Ni tampoco es condición unas para que se den las otras. Las virtudes teologales es simplemente un regalo de Dios. Es Gracia, gratuidad. El hombre no hace nada para merecerlas. Pero el mismo Padre Ricardo señala que el juego entre las cuatro virtudes cardinales y las tres virtudes teologales en este poema "No debe ser interpretado en su oposición como un dualismo que diviera al cristiano en 'algo divino en él' y 'lo humano en él' . Nada más ajeno a Péguy que ese dualismo... No hay dualismo, pero tampoco un monismo de lo sobrenatural que absorbiese lo natural" (pag. 128 op. Cf.)

Disfruten, gocen la lectura, por favor. Como siempre se debe hacer de la obra de Péguy.


Levita niña del coro
vestido de blanco
Corazón inmarcesible
Con la herida al costado

En tus procesiones
Oh, vestido de blanco,
Las intercesiones
De las sietes virtudes.

Las tres teologales
Marchan delante,
Las cuatro cardinales
Van siguiendo.

Las cuatro cardinales
son cultas,
Pero las teologales
Son sirvientas.

Las cuatro cardinales
Están bien atendidas
Pero las teologales
Son las que sirven.

Las cuatro cardinales
Tienen muchos seguidores,
Pero las teologales
Son las que acompañan.

Las cardinales marchan
Midiendo sus pasos.
Pero las teologales
Son descaradas.


Las cuatro cardinales
Son baronesas.
Las tres Teologales
Son tunantes.

Las cuatro Cardinales
Van en barco,
Pero la Teologal
Se lanza al agua.

Las cuatro Cardinales
Van en carroza,
Pero las teologales
Siguen la fiesta.

Las cuatro Cardinales
Están satisfechas.
Pero las Teologales
Están estupefactas.

Las cuatro Cardinales
Son muy estimadas.
Sólo las Teologales
Serán perfectas.

Las cuatro Cardinales
Son gobernadoras.
A las tres Teologales
Se dirigen los profetas.

Pero las Teologales
Echan una mano.

Las cuatro Cardinales
Tienen bedeles,
Pero las Teologales
Abren la puerta.

Las cuatro Cardinales
son legistas.
Pero las Teologales
Son hosteras

Las cuatro Cardinales
Se mueven a ritmo.
Pero las Teologales
Dirigen el baile.

A las cuatro Cardinales
Nuestra reverencia.
A las tres teologales
Nuestra preferencia.

A las cuatro Cardinales
Nuestra deferencia.
A las tres teologales
Nuestra esperanza.

A las cuatro Cardinales
La mayor importancia.
A las tres teologales
Nuestro sufrimiento.

De las cuatro Cardinales
Las reprimendas.
Pero a las Teologales
La liberación.

A las cuatro Cardinales
Credulidad.
Pero a las Teologales
Humildad.

A las tres teologales
Docilidad.
Pero a las Teologales
Fidelidad.

Los grandes enterramientos
A las Cardinales.
Pero a las Teologales
Los sacramentos.

A las cuatro Cardinales
Nuestras fatigas,
Pero a las tres Teologales
Nuestra naturaleza.

El montón de reglas
A las Cardinales.
Pero a las tres Teologales
Nuestras dos manos duras.

El montón de escrituras
A las Cardinales.
Pero a las tres Teologales
Nuestras dos manos puras.

Las cuatro Cardinales
Son gendarmes
Pero a las Teologales
El don de lágrimas.

Este montón de simplezas
A las Cardinales.
Pero a las Teologales
Nuestras gratitudes.

A las cuatro Cardinales
Nuestras costumbres
Pero a las Teologales
Nuestro servicio.

A las cuatro Cardinales
La certeza.
Pero a las Teologales
La inquietud.

El montón de hipérboles
A las Cardinales.
Pero a las Teologales
Las Parábolas.

A las cuatro Cardinales
Razonamientos.
A las tres Teologales
Abundancias.

Las cuatro Cardinales
son virtuosas,
Pero las Teologales
Son fructíferas.

Las cuatro Cardinales
Viven cristianas,
Pero las Teologales
Nacen cristianas.

Las cuatro Cardinales
Vienen de los dioses.
Las Tres Teologales
Vienen de Dios.

Las cuatro Cardinales
Marchan en fila.
Saben las Teologales
Verter su sangre.

Las cuatro Cardinales
De noble rango,
Las tres Teologales
De sangre noble.

A las cuatro Cardinales,
Sabias declaraciones.
A las tres Teologales
Un corazón dispuesto.

A las cuatro Cardinales,
La Política.
A las tres teologales
Nuestra mística.

A las cuatro Cardinales,
Los tribunales supremos.
A las tres Teologales
Nuestro amor humilde.

A las cuatro Cardinales
Nuestros discursos.
A las tres Teologales
Nuestros buenos días.

Las cuatro Cardinales
Definían.
Pero las tres Teologales
Alcanzaban la meta.

Las cuatro Cardinales
se incomodaban.
Las tres Teologales
Descansaban.

A las cuatro Cardinales
Virtud formal.
A las tres Teologales
Gracia real.

Las cuatro Cardinales
Son temporales.
Pero las tres Teologales
Son eternas.

Las cuatro Cardinales
Universales,
Las tres Teologales
Son singulares.