sábado, 1 de junio de 2013

La Muerte de Marciano Capítulo Segundo El Circo Romano Poema de Juan Antonio Cavestany Marciano, mal cerradas la heridas que recibió ayer mismo en el tormento… presentóse en la arena, sostenido por dos esclavos; vacilante y trémulo. Causo impresión profunda su presencia; “¡Muera el cristiano, el incendiario, el pérfido!” Grito la multitud con un rugido por lo terrible, semejante al trueno; como si aquel insulto hubiera dado vida de pronto y fuerza al enfermo, Marciano al escucharlo, irguióse altivo, desprendióse del brazo de los siervos, alzo la frente, contemplo a la turba y con raro vigor, firme y sereno cruzando solo la sangrienta arena, llegó al pie mismo del estrado regio; puede decirse que el valor de un hombre, a más de ochenta mil impuso miedo, porque la turba al avanzar Marciano como asustada de él guardo silencio; llegando a todas partes sus palabras que resonaron en el circo entero: - César - Le dijo - Miente quien afirme que a Roma he sido yo quien prendió fuego, si eso me hace morir, muero inocente y lo juro ante Dios que me esta oyendo! Pero, si mi delito es ser cristiano, haces bien en matarme, porque es cierto: creo en Jesús y practico su doctrina y la prueba mejor de que en él creo, es que en lugar de odiarte: ¡té perdono! Y al morir por mi fe, muero contento -. No dijo más, tranquilo y reposado Acabó su discurso, al mismo tiempo que un enorme león saltaba al circo la rizada melena sacudiendo; avanzaron los dos, uno hacia el otro, él los brazos cruzados sobre el pecho, la fiera, echando fuego por los ojos, y la ancha boca, con delicia abriendo. Llegaron a encontrarse frente a frente se miraron los dos, y hubo un momento en que el león, turbado, parecía, cual si en presencia de un hombre tan sereno, rubor sintiera el indomable bruto, de atacarlo, mirándolo indefenso. Duro la escena muda, largo rato pero al cabo, del hijo del desierto la fiereza venció, lanzó un rugido, se arrastró lentamente por el suelo y de un salto cayo sobre su victima. En estruendoso aplauso rompió el pueblo…, brilló la sangre, se empapó la arena y aún de la lucha en el furor tremendo, Marciano con un grito de agonía: - Te perdono, Nerón - dijo de nuevo. Aquel grito fue el último; la zarpa del feroz animal cortó el aliento y allí acabo la lucha. Al poco rato ya no quedaba más de todo aquello que unos ropajes rotos y esparcidos sobre un cuerpo también roto y deshecho: una fiera bebiendo sangre humana y una plebe frenética aplaudiendo.