martes, 4 de febrero de 2014

Canto Nocturno de un pastor errante de Asia a la luna
Giacomo Leopardi (1798-1837)
¿Qué haces, luna, en el cielo? Dime, luna
silenciosa ¿Qué haces?
Sales de noche, y vas,
contemplando los yermos; luego bajas.
¿No estás contenta aún
de recorrer las vías sempiternas?
¿No te has hastiado aún, aún te gusta
contemplar estos valles?
Se asemeja a tu vida
la vida del pastor.
Con el alba despierta;
por el prado conduce su rebaño,
y ve fuentes, rebaños y praderas;
y reposa a la noche su fatiga:
no espera más.
Dime: ¿para qué sirve
al pastor su vivir
y a vosotros el vuestro? ¿a dónde lleva
mi breve caminar
y tu inmortal carrera?
Viejo, enfermo, canoso,
descalzo y mal vestido,
con un haz pesadísimo a la espalda,
por montañas y valles,
por riscos, parameras y malezas,
al viento, a la tormenta, cuando arde
la hora y cuando hiela,
corre, corre y ansía,
cruza estanques, torrentes,
cae, se levanta, se apresura aún más,
sin pausa ni reparo,
herido, ensangrentado, hasta que llega
allí donde el camino,
donde tantas fatigas se terminan.
Abismo inmenso, horrible
donde todo lo olvida en su caída.
Virgínea luna, así
es la vida mortal.
Nace el hombre al dolor,
y el nacimiento es riesgo ya de vida.
Gusta tormento y pena
como primicias; y desde el comienzo
sus padres ya se empeñan
en consolarle por haber nacido.
y después, mientras crece,
lo sujetan los dos, y siempre así
con actos y palabras
procuran darle fuerzas,
y del estado humano consolarle:
un trabajo más grato
no hacen los padres para con su prole.
¿Mas para qué alumbrar
y mantener en vida
a quien preciso es consolar de ella?
Si la vida es desdicha
¿por qué nos dura tanto?
Intacta luna, es ésta
la mortal condición.
Mas tú no eres mortal,
y tal vez no comprendas cuanto digo.
Mas solitaria, peregrina eterna,
acaso entiendas, tú, tan pensativa,
lo que es nuestro dolor,
nuestros suspiros y el vivir terreno;
lo que es nuestro morir, esta suprema
palidez del semblante,
y faltar de la tierra, y acabarse
las gratas compañías cotidianas.
y tú en verdad comprendes
el porqué de las cosas viendo el fruto
del día, de la noche,
del tácito, infinito andar del tiempo.
Tú sabes, en verdad, a qué amor dulce
ríe la primavera,
a qué ayuda el ardor, y qué procuran
los hielos del invierno.
Sabes mil cosas, cosas mil descubres
que al humilde pastor le están ocultas.
A menudo, mirándote
tan silenciosa sobre el yermo llano,
que, en su lejano giro, al cielo toca;
o bien con mi rebaño
siguiendo mano a mano mi viaje;
o viendo arder los astros en el cielo
me digo pensativo:
¿para qué tantas luces?
¿qué hace el aire infinito, y la profunda
calma infinita? ¿qué nos dice esta
inmensa soledad? ¿y yo quién soy?
Así voy cavilando: y de la estancia
soberbia, ilimitada,
y acerca de la innúmera familia:
luego de tanto andar, de tantos pasos
de las cosas celestes y terrenas,
que sin descanso giran,
y al punto de partida siempre vuelven;
utilidad o fruto
no adivino ninguno. Pero tú,
oh joven inmortal, todo lo sabes.
Esto conozco y siento,
que del girar eterno,
que de mi frágil ser,
bien y contento acaso
tendrá algún otro; y yo la vida sufro.
¡Oh grey mía en reposo, oh tú feliz
que ignoras, así pienso, tu miseria!
¡Cuánta envidia te tengo!
No sólo porque libre
estás casi de afanes;
o porque pronto olvidas
cualquier daño, o temor extremo, o cuita;
mas porque el tedio siempre desconoces.
A la sombra tumbada, sobre el prado
estás quieta y contenta;
y gran parte del año
sin aburrirte, de esta forma gastas.
Ya la sombra del prado yo me siento,
y un hastío me colma
la mente, cual punzada de una espuela,
y estoy sentado, lejos más que nunca
de encontrar paz o centro.
y no deseo nada,
y ninguna razón de llanto tengo.
lo que goces, o cuánto,
no sé decir; mas eres venturosa.
y bien poco es mi gozo,
pero no sólo, oh grey, de eso me quejo.
Si supieses hablar, preguntaría:
dime ¿por qué yaciendo
ocioso, sin cuidado,
todo animal se aquieta;
mas si reposo yo me asalta el tedio?
Acaso si tuviera
alas para volar sobre las nubes,
y contar las estrellas una a una,
o errar de cima en cima como el trueno,
sería más feliz, dulce rebaño,
sería más feliz, cándida luna.
O tal vez, ciertamente,
me equivoco al mirar otros destinos:
tal vez en toda forma, en todo estado
que se halle, en cuna o cueva,
funesto es al que nace el primer día.